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Con más de 100 años, cerró Casa Gómez, última de las Grandes Tiendas en la provincia

Llegó a tener sucursales en toda la región y más de 150 empleados. Historias de un siglo.

Ciento dos años después de su fundación cierra sus puertas la última de las Grandes Tiendas Casa Gómez. Se trata de la sede de Dolores, el lugar donde comenzó la historia.

Luis Gómez, un inmigrante español quehabía dejado su Galicia natalsiendo un adolescente, llegó a este país. Se había peleado con su padre y se subió a un barco tras el sueño de hacerse la América. Se radicó en Dolores, donde entró a trabajar en la tienda Galli. “Dormía a la noche en los mostradores porque no tenía otro lugar”, relatan.

Luego se instaló por cuenta propia en un local de Castelli y Mitre y finalmente pasó al local que hoy ocupa en Buenos Aires y San Martín. El negocio se fue ampliando: en Dolores se extendió hasta ocupar un cuarto de la manzana de enfrente, con rubros que iban desde zapatería, telas o perfumería hasta mueblería y talabartería.

Poco a poco fueron abriéndose sucursales en toda la región: Maipú, Pirán, Necochea, Balcarce y General Madariaga también tuvieron su casa Gómez. Al frente de ellas fueron ubicándose los hermanos de Luis que iban llegando desde España, atraídos por el proyecto.

Con el paso del tiempo, la tienda llegó a tener más de 150 empleados entre todas las sucursales. Aunque hoy suene extraño, manejaba una cartera de cinco mil créditos que la gente saldaba una vez al año. Por eso, además de los recuerdos de la familia propietaria, está presente el de la gente que, en las redes sociales, comenta que “mi abuelo tenía cuenta en la Gómez” como parte de la memoria de sus propias familias.

En diálogo con ENTRELINEAS, Martín, Kitty y Laura Vismara, nietos del fundado, repasan la historia centenaria.

Laura recuerda los tiempos en que los libaneses llegaban para cargar de mercadería los carros con los que luego recorrían los campos vendiendo sus productos a los habitantes de la zona rural. Sesim siempre tenía un caramelo para mí y era una fiesta”, rememora.

Las anécdotas se suceden en el curso de la charla que se hace en el enorme salón prácticamente vacío. Personajes curiosos hubo muchos, sostienen, pero ninguno como Risso, un empleado del correo que tenía una muy particular y extravagante manera de vestir que todos los domingos por la tarde se paraba en la esquina de la tienda mientras los pobladores de la ciudad daban la tradicional “vuelta al perro”. Su figura estuvo tan vinculada a la Gómez, que muchos consideraban que se trataba de una estrategia publicitaria.

Kitty recupera la existencia de talleres de sastrería. “No existía la confección; vendíamos las telas y luego, en el primer piso se hacían los trajes”. Con el sello particular de la calidad: “La impronta del abuelo siempre fue la calidad. Quiso apuntar a eso: había que pagarlo, pero de ahí no se movió”.

Sobre la decisión de cerrar, los tres acuerdan en que fue algo muy meditado. “El modelo de las grandes tiendas dejó de ser rentable y fueron cerrando todas”, considera Martín, “por eso esta es la última que queda en la provincia”.  “Es un ciclo que se termina”, coinciden los tres.

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