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Dolor por el fallecimiento de Claudia Aiello, periodista y presidenta de la Casa de la Cultura

Esta madrugada se produjo el deceso a los 59 años de edad. Durante más de 35 años escribió en el diario La Opinión sobre política. Fue también una inquieta gestora cultural.

Nos dejó Claudia Aiello, personalidad y personaje de la cultura, la política y el periodismo que dejó una huella singular por su particular forma de abordar los temas y de pensar la vida.

Estaba a días de cumplir los 60 años cuando su corazón le puso punto final a una existencia plagada de vivencias, muchas de ellas muy intensas, porque en todo lo que se involucraba lo hacía desde su más profunda pasión. Muy ocurrente, de trato agradable, inteligente y a la vez memoriosa con los que no simpatizaba -tal su gen italiano del que tanto se jactaba- supo posicionarse como una referente del periodismo y de la cultura. Baste solo señalar que el fin de sus días la encontró como presidenta de la Casa de la Cultura y colaboradora del diario La Opinión, medio en el que estuvo desde su juventud y del que nunca se terminó de ir, pues desde la comodidad de su hogar periódicamente se conectaba con la Redacción para hacer sus valiosos aportes.

Su salud siempre fue frágil y ella fue consciente de su deterioro físico. Su cabeza estaba para vivir dos vidas más pero hace unos días, después de una serie de episodios traumáticos, la resignación golpeó la puerta y así empezó el proceso que terminó en la madrugada del domingo cuando se produjo el deceso.

A su manera se fue despidiendo. En la intimidad con sus seres queridos, en especial María José, su adorada hija y Willy, su hermano. De la profesión que amaba, el periodismo, hace un mes anunció que iba a dejar de colaborar con el Diario porque ya no estaba para asumir compromisos. Fue la señal de que estaba pensando en otra cosa. A sus amigos también les fue dando señales de que el final se acercaba. Si algo le sobraba era lucidez.
“Con María José somos muy distintas, ella es hermosa, más coqueta que yo, dulce, compleja. Tenemos una relación madura y no somos amigas, yo soy su mamá, que es algo distinto y más profundo”, dijo alguna vez sobre su hija.

Y sobre Willy remarcó que “nos llevamos muy bien, es importante en mi vida, es inteligente y muy activo, solidario con la familia y muy amigo de sus amigos. Tiene como yo, el humor de papá y nos reímos mucho juntos”.

Mónica Claudia Aiello, tal su nombre completo, fue la primogénita de Guillermo Fidel Aiello y de María Isabel Lapolla (ambos fallecidos), una pareja de reconocidos profesionales; él fonoaudiólogo y ella abogada y jueza del Tribunal de Trabajo hasta su jubilación.

En la Redacción donde se escribieron estas líneas quedará por siempre su aura. Muchos de los que hoy escriben aprendieron de Claudia ciertos secretos del oficio y de la vida misma, porque su personalidad jovial, desacartonada y libre de prejuicios la llevó muchas veces a ser consejera en momentos difíciles. Célebres frases de su autoría que son sólo de consumo interno de quienes trabajan en el diario La Opinión y de quienes pasaron por allí van a ser el mejor recuerdo que se tenga de Claudia entre esas paredes.

Hizo primaria y secundaria en la Escuela Normal y desde siempre le gustaron las letras y eso fue lo que estudió. Muchos años se dedicó a la poesía y a la prosa, ganó algunos premios, pero no le generaron sensaciones de soberbia. Para ella era una caricia y nada más. Estuvo diez años en Juventud de Teatro y fue una experiencia valiosa e inolvidable. El teatro fue para ella un medio de expresión muy completo y lo desarrolló en plenitud. Pero al fin la periodista se devoró a la escritora y a la actriz. 

Con la apertura democrática fue directora de Cultura de la Municipalidad. Era la funcionaria más joven del primer gabinete comunal y pudo ampliar el espectro y la oferta cultural de la ciudad. Fue un desafío enorme porque apenas tenía 23 años.

Tenía su casa llena de reproducciones, le gustaba la pintura, la música y concurrir a la Casa de la Cultura. Tras el fallecimiento de Edna Pozzi fue convocada para ejercer la presidencia de esa institución.

Hace más 35 años ingresó al diario La Opinión. Cuando rememoró su paso por el Diario, hace unos años dijo: "Aquí aprendí no sólo el oficio sino las leyes de la vida, los códigos de conducta de la profesión, siempre dedicada al área política, aunque no en forma excluyente. Para mí el Diario es el corazón de la ciudad y fue siempre el centro de mi universo. Toda la actualidad pasa por la redacción, donde hay una enorme conexión con la realidad”.

Su punto cumbre fue en 2007 cuando ganó un premio de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) por un comentario editorial publicado en La Opinión sobre libertad de expresión. “Fue una alegría profunda, movilizante”, dijo en su momento.

Paralelamente estuvo doce años en el Congreso de la Nación, asesorando en varias comisiones, viajando un par de días a la semana. Pero el Concejo Deliberante fue siempre parte de su vida, cubriendo la información del Cuerpo durante más de 30 años. La política siempre fue una pasión para ella, desde lo profesional hasta lo personal. 

Era sin duda alguna la que conocía toda la movida local. Estaba siempre atenta y se le escapaban muy pocas cosas. Tenía tantas anécdotas de distintos grupos dirigenciales de tantos años que siempre amenazaba con escribir un libro para contarlas. En ese ámbito y en otros, conformó un grupo de amigos, que no era numeroso, pero entrañable. “A medida que uno se hace más grande comprende con mayor facilidad que la amistad es un trabajo de paciencia y comprensión”, dijo alguna vez.

Su base de operaciones preferida siempre fue la mesa de algún bar. Era un consultorio para dirigentes de todas las procedencias y calibres. Entre cafés y muchos cigarrillos de por medio trataba de acomodarle las ideas a todos los que ella quería darle una mano.

Cuando se retiró físicamente del Diario empezó a hacer colaboraciones desde su hogar. Comentarios editoriales, algunos informes políticos puntuales y su entrañable columna de humor político “Cambalache” formaban parte de su paquete. 

Su legado es profuso en cantidad y calidad. Su paso por este mundo no ha sido vano y por eso se sentirá su ausencia. Quedará de ella la certeza de que vivió la vida como quiso y que se fue en la tranquilidad de no haber dejado cuestiones pendientes. Así pudo enfrentar con hidalguía a la muerte para reencontrarse con sus padres, a los que tanto extrañó.

A los suyos, entre los que nos contamos, quedará hallar la resignación de ya no tenerla entre nosotros y aferrarnos a los mejores recuerdos de su paso por esta vida. 
¡Hasta siempre Claudia!

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