• cielo claro
    25° 29 de Marzo de 2024
gustavo-badiajpg

El sociólogo que, mientras afina su arte musical, sintetiza la realidad del país

“Me gustaría volver a la esquina de Uriburu y 9 de julio, y recrear mi casa, pared por pared, puerta por puerta, habitación por habitación, olor por olor”, subrayó Gustavo Badía

Gustavo Badía es un sociólogo pergaminense que desarrolló su placer y talento por la música formando diversos conjuntos y mostrando su arte a través de diferentes recitales, mientras ejerce su profesión.

Lejos de perder su bien ganada individualidad, vale decir que es hijo de la poeta Edna Pozzi y que pasó su infancia en la vieja casa de 9 de Julio y Florida, pegada a la Iglesia, que en tiempos de dictadura fue expropiada para hacer los parques que rodean al templo.

 

- ¿Qué recuerdos tenés de tu infancia? Todos te visualizan en aquel maravilloso libro de Edna, “Señales para Gustavo”

- Fundamentalmente los juegos en la calle con los amigos, carreras en bicicleta, fútbol en la canchita al lado de mi casa, en la esquina de Uriburu (ahora Florida) y 9 de julio, al básquet en la vereda con los balcones haciendo de aro, a la guerra en la plaza, la gran inundación del arroyo y los frascos con víboras y alimañas que habíamos juntado, el tiempo pasado en el Club Gimnasia, la pileta del club Viajantes, el pan casero y el pastel de carne de mi tía Teresa, aprender a leer con mi tía Beatriz, los almuerzos de domingo de la familia Pozzi y los de la familia Larramendy (mi abuela paterna) con sus discusiones políticas a los gritos. Las peleas políticas de mi viejo (Sergio Badía) con su hermano (el “Negro” Badía) gritando a lo loco cuando de hecho apoyaban lo mismo. Mi casa estaba en la manzana de la iglesia, así que para nosotros la iglesia era una parte más de “nuestro territorio”, incluido el ser monaguillo y jugar en “el túnel” que daba toda la vuelta. Más adelante expropiaron mi casa para dejar la manzana libre para la iglesia, yo ya estaba en Buenos Aires. No tengo un recuerdo fuerte de la escuela, no me costó pasarla y tampoco tuve amigos surgidos de allí. Eran del barrio.

 

- ¿Qué recuerdos guardas de tu adolescencia en Pergamino?

- No tengo buenos recuerdos de mi adolescencia. Los amigos nos fuimos separando, yo viajaba bastante a Buenos Aires los fines de semana a visitar a mi viejo (ya se habían separado) y no le encontré mucho la vuelta. Sí me acuerdo mi gran acercamiento a la música en esa etapa, escuchando discos y practicando percusión con un bombo y un cenicero arriba para que sonara como redoblante, tocando sobre el disco blanco doble de los Beatles, y empezando con una guitarra eléctrica, que no continué. También por entonces empecé a jugar a la pelota paleta en el Club Social, me gustaba mucho y después seguí en Buenos Aires, llegué a jugar federado.

 

- ¿Cuándo empieza tu acercamiento a la música?

- Cuando me fui a Buenos Aires a estudiar empecé a estudiar más o menos sistemáticamente la guitarra, y de ahí en más seguí. Pero con la música en serio me metí ya bien “de grande”, ya recibido y trabajando. Siempre seguí tocando la guitarra, hice algunas canciones, con un amigo fuimos a tocar incluso a Pergamino (en el Café del Tiempo, calle Merced creo, un show de un dúo que teníamos, y otra vez el espectáculo “el canto de los pueblos de América”, cuyo texto hizo mi vieja y nosotros le pusimos la música) pero fue más tarde que decidí darle más tiempo a estudiar guitarra y música, con un profesor que todavía me soporta y que es el bajista del grupo que tengo hoy (“El Freno” en el que toca mi hijo Javier y un amigo baterista).

Me fui a Buenos Aires a estudiar Ingeniería Mecánica, porque me encantan los autos, pero no me daba para seguir, la facultad era un quilombo en el 74/75 con la intervención, y el despelote político. Me cambié (después de un viaje de varios meses a España) a Ciencia Política, pero un amigo me convenció en el mismo curso de ingreso de estudiar Sociología. Tenía razón, me encantó, aunque después me especialicé en el tema del Estado y la administración pública. Hice estudios de posgrado en París, trabajé y me formé con el referente del tema en Argentina (Oscar Oszlak), llegué a profesor titular, fui funcionario en varias universidades y en algunos cargos públicos, estuve y estoy en grupos políticos, no me puedo quejar. Ahora me jubilé en mayo pasado, pero sigo metido en el tema y la política, aunque ahora elijo lo que quiero hacer.

 

- Si tuvieras que volver a Pergamino y elegir tres lugares ¿Cuáles serían y por qué?

- Vuelvo a veces, últimamente bastante más. Pero supongamos que no. Me gustaría volver a la esquina de Uriburu y 9 de julio, y recrear mi casa, pared por pared, puerta por puerta, habitación por habitación, olor por olor. Me gusta recordarme ahí en la infancia. Lo invitaría a Alejandro (Ruiz Moreno).

Al Club Social, a ver la cancha de paleta y meterme de nuevo a pelotear; la casa de mi tío el Negro Badía, en un domingo de almuerzo, para volver a escuchar las discusiones políticas entre él y mi viejo -su hermano- a los gritos, peleándose, aunque decían y pensaban más o menos lo mismo.

Al Café del tiempo -o quizás ahora la Casa de la Cultura- y tocar con mi grupo actual la música que hago ahora. Una suerte de revancha de algo que no me salió muy bien en aquel momento.

 

- ¿Qué noticias tenes de la Casa de la Cultura, creación de tu madre Edna y de la cultura pergaminense?

- Tengo noticias, porque la maneja gente muy cercana; incluso en el último tiempo estoy tratando de ver si puedo ayudar en algo a la gestión. Es un gran legado de mi madre, que puso todo su esfuerzo, plata y decisión para llevarlo adelante, por puro interés de dejar en Pergamino un lugar en donde la cultura sea el centro. No sé mucho sobre la movida que con tantas empresas poderosas Pergamino no tenga, hasta donde yo sé, un fondo, un fideicomiso -no público- para concursar y sostener proyectos, dé becas para formación en otros lugares del país y el exterior, etcétera. Yo creo que fundamentalmente eso es tarea del Estado, pero en la Argentina lo municipal es el último orejón del tarro, así que hay que dar una mano desde la sociedad civil, digamos. Incluso eso puede dar más libertad a quienes seleccionen. Nada de eso se puede hacer, sin embargo, si los propios sectores interesados no ven a la Casa de la Cultura como ese aliado necesario. Es una tarea fundamentalmente de construcción política, en sentido amplio del término.

La Casa de la Cultura tiene detrás un enorme esfuerzo -y dinero- de mucha gente; fundamentalmente, lo sé, de mi madre, pero no sólo. Además, es una idea que merece ser sostenida, apropiada por quienes podrían beneficiarse de la existencia de ese espacio. Que no la vean simplemente como “usuarios”, sino que contribuyan a “producirla”.

 

- ¿Cómo ves al país?

- Con responsabilidad, y sobre todo con calma. Porque la sociedad cambió mucho, y las miradas y recetas de los partidos tradicionales no parecen registrarlo. Aunque se piensa que no se puede, que todo tiene que ser YA, son tiempos de mirar con mucha paciencia y respeto a la sociedad, sin prejuicios y mentes estrechas, para ver cómo se reconstruye la articulación política necesaria para poder funcionar como país.

Al respecto, la combinación de urgencia y pensamiento mágico (“dolarización”, mano dura, resuelvo la inflación en 5 minutos, no pagarle al Fondo, etcétera) nunca es una buena solución a nada. Y menos en las crisis. La democracia requiere tiempo, discusión, pero en algún momento hay que transformarla en resultados concretos. Yo creo lo que falta de una vez por todas, sería una clase empresarial dirigente que se tome en serio el rol de desarrollar un país y no sólo asegurar sus negocios a costa del conjunto. No veo una nueva generación de empresarios pensando en eso. Al menos no aparece en público. Desarrollo y democracia es la mayor garantía de paz social. Desarrollar un país y generar negocios particulares son dos cosas distintas. Y si hubiera una mirada nacional seria, de inclusión social, en algún momento deberían articularse. Ese es el rol de la clase política. Los países que se desarrollaron tuvieron un rol fundamental de uno o varios sectores empresarios que entendieron que su suerte iba en paralelo con la del país. Acá no lo veo. Y le echan la culpa a la política…para desligarse de esa responsabilidad. No sabemos cuál es la propuesta de las grandes organizaciones empresarias para sacar el país adelante. Su silencio habla de ellos. Cuando no hubo política en la Argentina -en las dictaduras, donde “sólo hubo mercado”- fue cuando peor nos fue, económica y políticamente.

Y por último, algo parecido les toca a los gobernadores provinciales. Es un país federal, pero hace rato que no se escuchan propuestas de desarrollo que vengan de las provincias. Si cada uno cuida su quinta, no hay país posible. Y, en mi visión, no hay federalismo fuerte sin gobiernos locales fuertes. Hay que redistribuir recursos y autonomía hacia los municipios. Pero nuestra historia -un federalismo de provincias omnipotentes- pesa, y va a ser difícil.

Si todavía no recibís las noticias de PRIMERA PLANA en tu celular, hacé click en el siguiente enlace https://bit.ly/3ndYMzJ y pasarás a formar parte de nuestra base de datos para estar informado con todo lo que pasa en la ciudad y la región.