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Historias de la infancia: Cuando nadie dormía por los Enanitos Verdes y el Hombre Gato

“¡Andá para allá nene, no podés escuchar esto! ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?”, me alejó de la escena reto mediante mi querida abuela Peto. Signos de preocupación en su rostro y actitudes raras de los mayores de la familia. Curioso e intrigado, sospechando que algo extraño justamente sucedía, permanecí espiando detrás de la pared y vi como ella también rodeó con la oreja parada la vieja y ya rasgada mesona del patio en la que se apoyaba la eterna radio Spika, siempre sintonizando Radio Mon.

A su lado, mi abuelo Roque cebaba como cada tardecita los mejores mates del barrio Acevedo, con la yerba que compraba en el almacén de los Lala, allí en Laprida y Paraguay, donde si al cliente le faltaba una moneda lo anotaban en un cuaderno que solo ellos podían entender. Comerciantes de los de antes, súper amables. ¿Se estila ‘fiar’ aún por allá?

Sentado en la silla blanca de plástico, sin remera y con los músculos un tanto caídos que delataban el paso del tiempo, un sobresaltado nono le dio aviso a su media naranja… Jamás le habló “tan fuerte” como en ese momento: “¡Escuchá Negra, escuchá ahí están por decir...!”. Siempre tranquilo y parsimonioso, por primera vez lo noté un tanto exitado y ansioso al tipo más bueno que conocí en mi vida.

La expectativa en el pago era tan grande que del otro lado del tapial de la casona de calle Salta y Mendoza, donde vivían los Nacura (¡qué gente piola!), también estaban oyendo esa tradicional emisora y los vecinos me hicieron un favor sin saberlo al subir el volumen mientras crecía el misterio y la tensión ya que el informe periodístico resultaba inminente.

Hasta ese entonces, el rumor sólo había corrido de boca en boca. Pero si lo tiraban en la radio, estábamos en problemas porque adquiría un carácter más formal. Sobre todo en aquella época, donde ese medio de comunicación o el diario La Opinión (y El Tiempo los lunes) eran como la biblia en el pueblo, palabra santa. “Lo dijo la radio” ó “salió en el diario”, se convertían en un clásico cuando alguien pretendía garantizar la credibilidad de lo que estaba contando ante otro.

En consecuencia, casi sin propónerselo, lo expuesto por aquel colega marcaría un antes y un después en Pergamino. Instalaría un montón de sensaciones inéditas.

“Se investiga un episodio confuso en nuestra ciudad a partir del sorprendente relato de vecinos que afirman haber avistado seres extraños, de la familia de los extraterrestres o duendes, a los que describen y bautizan como ‘enanitos verdes’. El asombroso y en principio creíble testimonio pone en estado de alerta a la población y las autoridades no subestiman el caso. Ampliaremos”, expresó, palabras más, palabras menos el cronista en su tan aguardada salida (no recuerdo si fue Carlos Bonnet, el Negro Bravo, Pérez Ruiz etc).

Tenía 8 años. Metí un pique a lo Usain Bolt por el largo pasillo y advertí a los pibes del barrio que jugaban al fulbito enfrente: “Chicos, guarda que vienen los extraterrestres, vayan a sus casas”. Claro, los agarré en el mejor momento del picado y la respuesta del arquero que acaba de comerse un gol no fue la más cordial: “Cerrá el o… pendejo, dejá de decir boludeces y metete adentro vos”, me dijo el 1 mientras el ‘Pichichi de esa temporada en la Plaza Almirante Brown que acaba de vacunar al arquero no paraba de reírse a carcajadas.

Pero de a poco, con el correr de los días, la sonrisa se transformó en seriedad. De la burla a la duda de hasta los adultos y de los más incrédulos: “¿y si es verdad”. La psicosis y el morbo de una ciudad, a pleno.

En ese contexto, por las noches costaba conciliar el sueño. Los de mi edad, directamente no pegábamos un ojo. Salvo que nuestros viejos accedieran a hacernos un lugar en la cucha de ellos, ahí bien en el medio tapados hasta la cabeza del “cagazo”.

Si mal no recuerdo fue un verano. Solíamos volver caminando de la pileta de Douglas por calle Siria, en una zona campestre que se presta para la superstición. De pronto, un ruido potente del otro lado de un pantano, proveniente de la zona donde tenían la quinta Rosita y Miguel y en la que se emplazaba la sede de la Filial de Boca.

¡Qué manera de correr! Al otro día nos enteramos que no había descendido ningún plato volador sino que comenzaba la temporada de “poda de árboles”. La imaginación infantil nos jugó una mala pasada.

Con el tiempo, se fue desvaneciendo el sugestivo tema pero quedó en la historia de la ciudad por los siglos de los siglos. Los enanitos verdes, “¿fantasía o realidad”?.

El Hombre Gato 

Otro gran mito urbano de la época, aunque en este caso trascendió fronteras. La historia fue incluso comentada en los diarios nacionales con titulares sensacionalistas que alimentaron el morbo. Los canales porteños le dedicaron gran despliegue y por supuesto que el fenómeno también llegó a Pergamino. Con delay, como suele pasar, pero llegó…

“En principio, se lo describía como un hombre alto, de 1,80 metros de estatura, muy fuerte, extremadamente ágil, con largas púas (garras) de acero adosadas a sus guantes y zapatillas con tapones (clavos), para trepar mejor. Pero lo que más sorprendió fue que maullaba escandalosamente y con voz gruesa al momento de atacar”, publicó un medio grande sobre las características del enemigo público número uno, del antihéroe de esos días.

De hecho, su leyenda se ve plasmada actualmente en varios libros. Garras, ataques y maullidos. Lo cierto es que el personaje extraño se adueñó semanas enteras de la noche pergaminense con sus delitos peculiares y la ciudad nuevamente entró en pánico. 

“¡Andá para allá nene!”, reiteró mi abuela ante otra noticia que sacudía al pago. Esta vez me fui de verdad. Ya había pasado muchas noches de insomnio como para seguirla... Quería dormir aunque inevitablemente se venía la pesadilla con ese gatito que de lindo, a decir verdad, no tenía nada.

* El autor es periodista pergaminense, uno de los autores del libro “Fuerte al medio” y jefe de Deportes del Diario La Mañana de Neuquén

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