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La agricultura familiar, en problemas

Estos pequeños productores viven aislados, a mucha distancia de los escasos centros poblados, con dificultades enormes para satisfacer sus mínimas necesidades, como el agua, la salud o la educación.

Carlos Reboratti Por Carlos Reboratti | 18 de Septiembre de 2018

A lo largo de su historia, en cada país se van formando estructuras productivas relacionadas con la ocupación y producción del medio rural, que van cambiando a medida que lo hacen, entre otros factores, el crecimiento y distribución de la población, su capacidad de consumo de los productos agrícolas y la aparición y declinación de mercados externos.

Las unidades de producción son también variables y, a lo largo del tiempo, van apareciendo diferentes racionalidades técnicas, económicas y sociales guiadas por políticas agrarias que tienden a fomentar un tamaño y un tipo específico de productores. Si bien en nuestro país durante mucho tiempo el ideal agrario se ubicaba en el productor mediano (el chacarero pampeano), desde hace unos años y a caballo de la expansión de la producción sojera, implícitamente ese ideal ha pasado a ser la empresa agrícola.

Pero ese cambio, tal vez apropiado para algunas regiones del país, ha dejado de lado la situación de grandes porciones de nuestro territorio, crecientemente marginadas y abandonadas a su suerte. Un ejemplo de esto es la región conocida como “Gran Chaco”, que se extiende por el norte del país y se continúa en Bolivia y Paraguay. Su parte oriental, caracterizada por una larga e irregular sequía invernal, estaba cubierta por un denso bosque - hoy muy empobrecido - donde abundaban el quebracho y el algarrobo.

Ese territorio fue ocupado efectivamente por el Estado hacia fines del siglo XIX, y las poblaciones originarias fueron arrinconadas en las tierras fiscales, mientras el resto se repartía entre grandes propietarios. Esas tierras fiscales fueron luego el escenario de la ocupación espontánea y desordenada de pequeños ganaderos, dando como resultado hoy una estructura agraria caracterizada por las pequeñas explotacionesagropecuarias tanto de criollos de larga permanencia en el lugar como de integrantes de las numerosas comunidades indígenas originarias.

Unos y otros conviven pacíficamente en el mismo territorio, compartiendo el uso de los recursos naturales y también los problemas que surgen de vivir en un ambiente difícil y a veces amenazado por la expansión de actividades extractivas cuyos beneficios raramente reciben. Estas pequeñas unidades, junto con otras similares ubicadas en otras regiones del país, suelen agruparse bajo la denominación de “productores familiares”, ya que es la familia el núcleo principal alrededor del cual se organiza la producción.

Estos productores viven aislados, a mucha distancia de los escasos centros poblados, con dificultades enormes para satisfacer sus mínimas necesidades, como el agua, la salud o la educación. Esa situación se ve agravada dado que la falta de transportes hace que la comercialización de sus productos sea difícil y que, cuando pueden venderlos, reciban precios muy bajos.

Toda esta situación se complica por el problema del acceso a la propiedad de la tierra (ya sea privada en el caso de los criollos como comunitaria en el caso de los indígenas), ya que el reconocimiento de sus derechossobre las tierras fiscales suele ser largo y engorroso.

Ante esa situación, y muchas veces ayudados por organizaciones sociales, los pequeños productores rurales han encontrado en la organización un vehículo para fortalecer sus vínculos internos y externos. El 29 y 30 de agosto pasado, convocadas por Fundapaz (Fundación para el desarrollo en justicia y paz), se reunieron en Santiago del Estero unas 60 de estas organizaciones, que representaban unas 4.000 familias que utilizaban alrededor de un millón de hectáreas, una cifra no menor y representativa de lo que pasa en las provincias del norte.

Uno de los objetivos de la reunión fue el recibir y transmitir las inquietudes de las organizaciones con respecto a su situación actual y futura, y no se podría decir que el panorama resultó auspicioso. Si bien los reclamos más usuales fueron en relación a problemas concretos, como el acceso a la tierra y el agua, fueron también muy explícitos en su inquietud sobre su relación con las organizaciones del estado que supuestamente atienden a las urgentes necesidades que fueron descriptas.

Hasta hace relativamente poco la Secretaría de Agricultura Familiar, dependiente del entonces Ministerio de Agroindustria, tenía una relativa presencia entre estas familias a través de técnicos que en desde territorio ayudaban a las organizaciones en diferentes temas.

Pero desde hace meses esta presencia ha prácticamente desaparecido, situación agravada por una serie de noticias (algunas ciertas, algunas originadas en la falta de información oficial) que incluyen el cese de cientos de funcionarios y la desaparición lisa y llana de la oficina de Agricultura Familiar.

Teniendo en cuenta la situación difícil por la que atraviesan los pequeños productores desde hace mucho tiempo, sería muy importante que recibieran, por parte de los organismos estatales que entienden en el tema, noticias claras sobre el futuro de las acciones oficiales en relación a los problemas que tienen.

Es geógrafo y presidente de FUNDAPAZ 

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