• algo de nubes
    17° 23 de Abril de 2024
auto-tapajpg

La piedra nacional, un escollo difícil de resolver

Desde Santa María a Catamarca, un viaje complicado y sin asistencias marcaron la jornada en la Jero Maté navegando a Hugo Goya quedaron fuera de carrera. No fue un buen día para Joaquín Debeljuh, pero sigue en el podio de la máxima especialidad

“Hola disculpe la molestia soy Alejandro Lettieri, de Andalgalá ¿pudo Joaquín terminar la etapa?”.                      

El mensaje naufraga en el aire de una zona donde tener señal es cuestión de saber a qué cerro subir. Casi, como un papelito dentro de una botella lanzado al mar, pero el digital se mueve con más velocidad.                                  

Alejandro era hasta la mañana de ayer un desconocido. Un baqueano que se mueve con naturalidad en una inmensidad de arenales, aquellos en los que en otros tiempos el bravo cacique Don Juan Chelemín se resistía a la conquista.                                                                        

Alejandro es ahora, una especie de Angel de la Guarda para Joaquín Debeljuh.

La Etapa del jueves                                                                     

La Etapa de ayer, no fue de las mejores. A la mañana temprano me di el gusto de vivir ese momento tan especial de la partida. No de la partida de cuando aceleran a fondo. De la partida, del momento en que dejan todo y a todos. El momento en que los héroes se ponen esas ropas que los separan de nosotros, los simples mortales. Ese instante, difícil de describir, es como un rito, primero van unas protecciones, después otras. Siempre en el mismo orden -o casi-. Después un pantalón llamativo, unos elementos que los cuidan de qué se yo qué golpes. Luego viene un camperón donde se pueden encontrar alimentos, bebidas, tal vez herramientas y quién sabe cuántas cosas más. Siempre entra primero una mano determinada por cuestiones de comodidad o cabulería. Más tarde, unas manoplas, un casco que ajustan marcando siempre el mismo paso. Se calzan unos guantes entierrados y antes de acomodarse las antiparras, pegan una mirada alrededor, que seguramente ni registran.                                                    

Un saludo tibio como para naturalizar y minimizar ese momento en que se van a tomar durante unas horas todos los riesgos que muchos no tomarán en toda su vida, ni en las próximas reencarnaciones que les toquen.                        

Después se oye un clinch, el cambio está puesto, aceleran y dejan detrás algo más que una nube de polvos. Es de noche aún, las luces no encandilan porque una espesa capa de arena vuela en el aire y ahí se van, a tragar kilómetros por lugares inhóspitos.                                                         

Yo vuelvo a la carpa y la desazón me embarga. Mi rider, Marcelo, duerme como un bebé. Debajo de la bolsa de dormir mal puesta se aparece la injusta bota de yeso que no le deja seguir ese ritual tan particular. Hoy no podré decirle “Dale, Napoléon”, algo que solo él, Damián su mecánico y yo entendemos y que nos saca una risa antes de que se vaya.                                                                          

Nos quedamos en el vivac viendo a todos partir. Se fueron los corredores, y también se fueron los equipos. Escuchamos la radio, bromeamos un poco, desayunamos como nunca lo habíamos hecho y nos vamos nosotros también. El camino es directo a La Rioja para que yo siga la carrera después de la etapa Maratón; ellos se van lejos de la carrera, Colón los espera y también una recuperación de al menos 30 días.

 “Abandonamos”                                                                     

A la altura de Belén la gente viva el paso de cualquier que tenga una pegatina del South Amercian Rally Race (SARR), saludamos con bocinas y se clava en el recuerdo esos manojos de dientes blancos, impecables, nos llevamos esas alegrías. Por allá vemos en la banquina al Pampa, amarillo distinguible bien de lejos. Ellos terminaron el especial y se encaminan hacia el próximo punto de aceleración. Pero hay unas caras que duelen, algo no está bien. Jerónimo Mate siempre sonríe, pero esta vez me parece que está haciendo fuerza para que eso pase. Hugo Goya saluda enérgico, directo como siempre y enseguida extiende el puño en señal de afecto, pero hoy parece que su cabeza está en otra parte. Otra vez un inyector, pero están para seguir. Otras gentes están ahí, la bestia desprende líquidos desde su vientre, las esperanzas buenas me quieren convencer de que serán restos de algún vado o río de los que traen ese hilito de agua.                         

Nos despedimos diciéndonos a la noche charlamos, que es algo que hacemos especialmente con “Jero” y que es un momento de intercambio increíble. Esta noche no va a poder ser.                                                                                      

Unas horas más tarde el mensajito es inapelable: “Abandonamos. Dormimos en Belén y nos volvemos. Fue un problema de la bomba de combustible que dejó de tener presión”.

¿Todo va a salir mal?

Queda poco para el final y los fueras de pista cansan para que luego las dunas hagan los suyo. Las noticias van y vienen, uno suben otros bajan, después se recuperan y así todo el tiempo. Bajan hacia el sur, buscando la Catamarca capital, pasando cerca del Cerro El Bolsón y sus imponentes 5.552 metros de altura, el punto más alto de la cordillera del Aconquija, pero sin cruzar a la provincia de Tucumán.                                                                             

Andalgalá la ciudad de la rodocrosita los espera con su color rosa carne. La “Piedra Nacional”, la “Rosa de los Incas” está allí simbolizando perdón y amor, pero sobre todo maravillándonos con su belleza.                                     

Mientras pienso en esas aristas, la información me vuelve al día a día. “Puchi” Ontiveros se ha caído, pero sigue acelerando. “Santi” Micheloud, que ayer chocó con un caballo, viene volando y descuenta en la general. Diego Llanos, el campeonísimo de enduro ganó la etapa. Joaquín Debeljuh no llegó, el resto sí. Vuelve la angustia. No puede ser que todo salga mal para los pergaminenses hoy.

El Angel de la Guarda 

Joaquín, sigue en carrera, pierde tiempo pero ya está en el predio en el que se realiza la Fiesta Nacional del Poncho, donde se emplaza el vivac en el que no hay mecánicos.   

La moto no le había arrancado por algún problema eléctrico. Y ahí apareció Alejandro, el baqueano que preguntaba sí “Joa” había llegado al final. Alejandro estuvo ahí, junto al pergaminense, aguantando, ayudando, mirando, alentando. En medio de una inmensidad indescriptible, una palabra pesa una tonelada de tiempo. “Nos alegra y nos reconforta haber dado una mano, por favor ténganos al tanto”, dice Alejandro, en otro mensaje y se eriza la piel de sólo pensar que hay quien piensa que a esta carrera la corren 100 loquitos a fondo.        

El South American Rally Race no es una carrera más, lo decimos siempre y no lo podemos terminar de explicar. Una palabra, una frase, tener un cable, alcanzar un embudo, pasar una botella de agua. Cosas simples que hacen que alguien más que el de casco se sienta corredor, sienta que pudo llegar a la meta. Joaquín la peleó y llegó. Alejandro, una especie de Angel de la Guarda, sabe que él también.

* El autor es uno de los conductores de Kairós y corresponsal de RADIO MAS (FM 106.7) y PRIMERA PLANA en el South American Rally Race 2021                                                                     

Si todavía no recibís las noticias de PRIMERA PLANA en tu celular, hacé click en el siguiente enlace https://bit.ly/3ndYMzJ y pasarás a formar parte de nuestra base de datos para estar informado con todo lo que pasa en la ciudad y la región.