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La pobreza argentina no es solo económica

En los últimos días hemos recibido nuevos datos de pobreza para la Argentina, que ubican la cifra en poco más del 30% de la población viviendo en estas condiciones.

Si bien no deberíamos esperar otra cosa, el dato representa un cachetazo de realidad que no deja indiferente a ninguno. Ahora bien, la pregunta que todos nos hacemos es: ¿Por qué se produce esto en un país que en principio tiene todos los recursos como para no ser pobre?

La respuesta, desde mi perspectiva, es que la pobreza no es solo económica sino cultural y de valores. La Argentina es pobre porque no tiene instituciones, o las que tienen funcionan mal o han sido cooptadas por las mafias. Desde hace más de siete décadas que los valores que hicieron grandes a este país han sido abandonados. 

La cultura del trabajo, el esfuerzo, la meritocracia y la libertad individual han sido sustituidos por el nepotismo, la dádiva, los planes sociales y la anomia. Todos se creen con derecho a vivir del Estado, como si este fuera un ente que genera recursos de la nada y puede brindar a cada ciudadano los bienes necesarios para llevar una vida sin preocupaciones.

Esta creencia no surge de la nada, sino que forma parte de un sistema de educación que se ha ido desarrollando en las últimas décadas. De hecho, el sistema educativo argentino se parece más a un sistema de adoctrinamiento que a un sistema que promueva la capacidad de desarrollar un pensamiento crítico y brinde herramientas para realizarnos como personas de manera independiente.

Para la dirigencia argentina siempre es mejor que seamos dependientes, así tenemos que volver una y otra vez a pedir un subsidio, un plan u otro tipo de ayuda, y así tenernos bajo su voluntad.

Los primeros en rasgarse las vestiduras, al darse a conocer las cifras de pobreza, son aquellos que sí han logrado acomodarse en el Estado y viven a costa de él, directa o indirectamente. Esto significa que viven de los ciudadanos que trabajan, producen riqueza y pagan impuestos, los cuales son cada vez menos en este país. Claro que los que viven del Estado jamás quieren renunciar a ninguno de los privilegios de los que gozan (los llaman "derechos adquiridos", aunque en realidad deberían llamarse "privilegios adquiridos").

Por último, tenemos a los seudoempresarios, que son funcionales a los dos primeros; también enriqueciéndose a la sombra del Estado con contrataciones amañadas que les aseguran un beneficio que de otro modo no podrían obtener compitiendo en el mercado.

La pobreza de la gente que integra el 32% que consignó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) es una consecuencia de la pobreza cultural e institucional argentina. Lo que acabamos de mencionar en el párrafo precedente es una clara muestra de ello. No alcanza con votar cada dos o cuatro años para que vivamos en un sistema que garantice el desarrollo y la libertad de los individuos si no se cambia el sistema que genera la pobreza. Aun si el día de mañana el FMI nos regalara novecientos mil millones de dólares, al poco tiempo volveríamos a estar en la misma situación.

Claro que poco se puede esperar de aquellos que se han acostumbrado a vivir del Estado sin producir y ostentando un nivel de vida digno de millonarios. Hasta que no entendamos que la pobreza argentina es institucional, seguiremos dándole de comer a demagogos de izquierda y derecha, que ponen el grito en el cielo cuando leen los datos de pobreza, pero más fuerte gritan cuando se habla de quitarles sus privilegios.

El ejemplo llega de arriba hacia abajo, y cuando uno ve que trabajar no tiene sentido porque cada vez que generás algo de riqueza el Estado te lo quita por medio de impuestos para sostener a los que no generan, entonces la reacción lógica es pasarse del lado del Estado. Así, de tanto repetirse esta lógica, llegamos a donde estamos hoy: hay más esperando recibir que generando riqueza. Por este motivo, no deberíamos sorprendernos con estos índices de pobreza. En realidad, lo sorprendente sería que hubiera menos pobres bajo estas circunstancias.

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