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Pelopincho: la historia de la pileta que marcó nuestra infancia

El último recuerdo que tengo con una Pelopincho es de hace dos veranos mientras cuidaba la casa de mi tío. Invité a mis amigos a comer hamburguesas. Nos pudimos meter todos porque era una de las nuevas, de las más top. Nara, la perra de la casa, también se metió. Saltaba tanto dentro de la pileta que le quedó como apodo El Delfín. Pablo, de Mar del Plata.

En enero de 2009, a Héctor Goette le llegó un mensaje: "Negro, abrí el diario, mirá la tremenda publicidad que te armaron gratis enfrente del Obelisco". El dueño de Pelopincho todavía guarda el recorte de la noticia: en el marco de un proyecto de intervención de edificios del Gobierno de la Ciudad, el artista Marcos López instaló una foto que resume al ser argentino: la Pelopincho en la terraza, un pedazo de carne en la parrilla, un vinito, un chapuzón. El objetivo: sacarles una sonrisa y darles un respiro a los transeúntes de corbata que avanzan a paso rápido por el torbellino de la ciudad unos pocos metros más abajo. Cuando le preguntan a López qué quiso decir con esa foto, él responde: "La felicidad de la clase media es la más estereotipable y predecible de las felicidades".

En enero de 2019, a Héctor Goette le podría haber llegado un mensaje: "Negro, abrí el diario que la piletita está haciendo quilombo enfrente del Obelisco". El piletazo que convocaron las organizaciones sociales reclamando la libertad de la dirigente de la Tupac Amaru, Milagro Sala, volvió a tener la Pelopincho como protagonista en pleno centro de la ciudad. Los manifestantes contaban que las piletas estaban ahí para mostrar el símbolo de movilidad social y acceso de los pobres a este bien de lujo.

La palabra Pelopincho tiene muchos significantes. La gente contesta que Pelopincho es agua, verano en la ciudad, familia, patio, juegos, dispersión, infancia, alegría. El diccionario contesta que Pelopincho es pileta de lona desde que la Academia Argentina de Letras la incluyó en el diccionario de argentinismos, que reúne aquellas palabras que conforman el patrimonio cultural de nuestro país. Pelopincho invirtió una lógica: es una marca que le dio nombre a un producto.

Era el punto de encuentro de la familia. Mi viejo llegaba de laburar de Tribunales y se refrescaba con nosotros. Mi vieja hacía una genial: metía la reposera adentro y se quedaba horas tomando sol o mate. Al final del verano, le tirábamos talco y la guardábamos en el altillo. Todo el año sobresalían sus patas oxidadas esperando a ser rearmada. Sebastián, de San Martín.

Corría 1970 y el país estaba agitado. Montoneros secuestraba a Aramburu, un nuevo golpe de Estado derrocaba la dictadura de Onganía, Brasil salía campeón del mundo, Paul McCartney anunciaba la separación de los Beatles. Era una época de anhelos de cambio social. El calor del verano, el de siempre. La pileta en casa era para la clase alta, que tenía espacio para hacer pozos, plata para poner azulejos y llenarla con agua, tiempo para limpiarla. Las familias menos pudientes que tenían el privilegio del jardín, sobre todo en el interior del país, podían optar por un tanque australiano como opción económica. En las grandes ciudades, el lugar no abundaba y la clase media se arreglaba con la pileta del club; a la clase baja le tocaban los manguerazos. Héctor Goette vivía en Crespo, un pueblo de Entre Ríos.

Cuando cumplió 21 años, su papá, que se dedicaba al rubro de las lonas, le preguntó si quería estudiar o trabajar. Héctor quería trabajar, así que recibió de regalo una máquina de coser. Puso en marcha un taller de reparación que después se convirtió en El Zonda, donde confeccionaba telas de lona verde de algodón, las que protegen los camiones que van por la ruta. Esas mismas lonas se usaban también para fabricar las piletas pequeñas del momento, que no eran muy populares porque tenían una gran falla: todo aquel que decidía bañarse en una de ellas iba a salir del agua teñido de color verde. Goette aprovechaba los momentos libres en su taller para fabricar piletas y hacer una diferencia a fin de año.

Nunca nos íbamos de vacaciones en verano, así que la Pelopincho era el plan. Mirábamos la tele, jugábamos a empujarnos, a bucear juguetes, a hacer tormenta marina, al hidromasaje: cada uno se ponía en una punta a patalear y un quinto se quedaba en el medio y disfrutaba de las burbujas. Ahora, la uso para tomar algo y sobrevivir a las noches de 40 grados en Buenos Aires. Néstor, de Temperley

Hacia 1974, en San Carlos Centro, provincia de Santa Fe, los hermanos Benvenutti tuvieron bastante ingenio y un poco de suerte. Descubrieron una tela de un material económico, superresistente al sol, la lluvia y los vientos del aire libre. Lo más importante: no desteñía. Además, se podía estampar. La complementaron con un juego de caños de aluminio encastrable, le pusieron el nombre de uno de los personajes preferidos de la historieta "Pelopincho y Cachirula" que se publicaba en Billiken, y revolucionaron no solo el mercado de las piletas, sino la forma de sobrevivir al verano de gran parte de los argentinos.

Las nuevas piletas de tela vinílica se vendían solas. En ese momento, eran amarillas por fuera y el estampado del interior simulaba un movimiento en forma de olas en diferentes tonos de naranja y rojo. Había varias opciones: verdes, azules. Muchos años más tarde, un estudio de mercado iba a determinar que los clientes preferían la gama del azul. El estampado se fue actualizando de acuerdo con la época: el clásico dibujo con las olas celestes se reemplazó hace pocos veranos por uno símil venecita de ese mismo color. Siempre azul agua.

Tuve una hermosa, verde, de lona. Una vez, nos peleamos con mis vecinos y nos la atacaron con unos cuchillos. Igual, sus papás nos terminaron comprando otra. Josefina, de Bariloche

Unos años más tarde del descubrimiento de la tela vinílica, Goette fundó Tiburoncito: "Era una fabriquita de pueblo con ganas de trabajar. Pelopincho, en el momento, era el sueño del pibe". Héctor estaba dispuesto a competir con un gigante. Un amigo del pueblo se tomó licencia en el banco donde trabajaba para probar suerte como vendedor. Viajó al norte de la provincia ofreciendo Tiburoncito. El bancario volvió frustrado: "Héctor, abandoná el negocio. Nadie quiere que le hable de otra pileta que no sea la Pelopincho original, ni siquiera me miran".

Mientras Héctor seguía intentando vender sus piletas, veía cómo la fábrica de los Benvenutti no paraba de crecer. Llegó a emplear a 300 obreros en un pueblo de 10.000 habitantes y eran cada vez más populares: todos querían tener una Pelopincho en su patio. En la tanda de la novela de la tarde lo veía a Carlitos Balá con antiparras y patas de rana yendo de veraneo al jardín, con la fabulósica pileta Pelopincho. En la radio escuchaba una voz en off: "Piletas Pelopincho, un lugar de veraneo. Otra feliz idea de Benvenutti". Abría el diario, y veía una foto de la pileta acompañada de una frase: "Este artículo para el hogar la única energía que consume es la que sus chicos necesitan gastar".

Carlitos Balá en su fabulósica Pelopincho, en una publicidad de 1974.

Ante semejante éxito, el banco de Santa Fe les otorgó un crédito para expandirse, que los Benvenutti aceptaron. Pero ya era 1976 y la dictadura vino de la mano de la apertura importadora, la tablita de Martínez de Hoz, y el consecuente cierre de muchas empresas nacionales.

En el 82, Pelopincho no pudo contra las políticas de la dictadura. Pelopincho quebró. Los Benvenutti perdieron todo, y tuvieron que rematar hasta la marca. En ese mismo momento, empezaron a salir al mercado las piletas de fibra de vidrio, las que se exhiben en la ruta, paradas, simples, listas para llevar.

La época dorada de Pelopincho parecía llegar a su fin.

Casi muero en una Pelopincho. Tenía 1 año y en la parte de adelante de mi casa funcionaba la farmacia de mi mamá. Ella me dejó de mirar un minuto, yo salí al patio. Parece que se me cayó un juguete adentro de la pileta y me mandé. Mi vieja, me cuenta, dejó de escucharme. Salió al patio y estaba adentro casi ahogado. Un cliente de la farmacia nos cargó en el auto y fuimos a una salita donde me salvaron la vida. Esa Pelopincho se regaló y me empezaron a mandar a la colonia del club. Federico, de Villa Ballester.

Las piletas Pelopincho desaparecieron durante 10 años. Se perdieron los festejos de retorno a la democracia, no sufrieron aumentos de precios durante la hiperinflación que dio fin al gobierno de Alfonsín, tampoco vivieron el triunfo de Menem ni la implementación del uno a uno. El remate de la compañía se pudo hacer recién a mediados de los 90. Para ese entonces, Tiburoncito ya había ganado un nombre en el rubro piletero y Goette tenía capital suficiente para invertir en seguir creciendo. Tuvo que comprar un lote de mil posiciones que incluía propiedades, máquinas, terrenos, materia prima. Pagaba lo que fuera solo por una de las mil: el uso de la marca Pelopincho.

Hicimos una banda con unos amigos y le pusimos The Pelopinchos. Para el recital, la consigna fue subir al escenario con cositas de verano y de pileta. Hicimos todos covers y algunos temas nuestros. Nicolás, de Martínez

En 1995, la Pelopincho se reintrodujo en el mercado sin publicidad: bastó y sobró con el boca en boca. La fábrica se instaló en Merlo, San Luis, desde donde producen hasta hoy piletas para todo el país. En ese momento, probaron con la exportación. En Chile, no existían piletas de lona. La entrada de Pelopincho también fue furor del otro lado de la cordillera.

Acá en Chile, la Pelopincho es la piscina de la clase media emergente. Nosotros la usábamos en la casa de la montaña cerca de la cordillera. En verano se calentaba mucho y en invierno, a veces, teníamos que romper el hielo para meternos después del sauna. Se le hacían hoyos y mi papá los reparaba con sus chicles para dejar de fumar. Rodrigo, de Santiago de Chile

Después de la crisis del 2001, el país renació y Pelopincho también. Los años de consumos postergados y las importaciones prohibitivas por la reciente devaluación hicieron que las ventas se dispararan. Entre el 2003 y el 2009, la fábrica estuvo al 100% de su capacidad instalada. Algunos veranos, casi un millón de personas elegían comprar Pelopincho para pasar sus veranos.

Mis abuelos tenían una que estaba tan bien guardada que volvió a la vida después de veintipico de años sin usarse. Tiene una cosa vintage con el celeste medio matado y los plásticos de las puntas naranjas gastados por el sol, pero el efecto sigue intacto. Ainoa, de Florencio Varela

El proceso de producción de una Pelopincho empieza con una tela de poliéster que se teje en una de las siete plantas instaladas en Merlo para autoabastecerse a lo largo de toda la cadena de producción: la planta textil. Allí mismo, se genera una lámina de PVC para recubrir el tejido y hacerlo impermeable y resistente al aire libre. Esa lámina se estampa con el clásico interior y se une con la tela de poliéster en una tercera línea. Paralelamente, se produce en otra planta la estructura metálica, que luego pasa a la de inyección de plásticos.

Este trabajo se repite todos los meses entre febrero y diciembre de cada año desde 1995. La fábrica trabaja 11 meses para compensar una demanda de 40 días de verano intenso.

En mi casa, resignábamos el patio en verano. Era toda una decisión armarla, porque teníamos un espacio tan chico que sabíamos que entre diciembre y enero salir al patio significaba estar con los pies en la pileta. Lautaro, de Belgrano.

Hace unos meses, Pelopincho reapareció en los titulares de los diarios: la popular empresa en la lona como en los 90, otra marca querida en riesgo de desaparecer. La fábrica tuvo que despedir a 38 de sus 240 empleados. El freno del consumo causado por el enfriamiento de una economía en crisis resultó en una caída del 50% de las ventas en enero de 2019. Con ese panorama, Héctor decidió reducir la producción para este verano.

La situación no es muy distinta de la de otras pymes del país, que suspenden empleados, disponen vacaciones obligatorias o deben cerrar. Héctor confía en que, apenas haya una mínima recuperación, podrá aumentar la producción y reingresar a los trabajadores despedidos. Porque la Pelopincho no es un bien de lujo, la Pelopincho se adapta a la terraza del PH, al patio delantero de la casa del conurbano, a un jardín marplatense. La Pelopincho es parte del oasis personal de cada familia, acumula historias, trae recuerdos. Se complementa con un asado, con un fernet, con los mates de la mañana, con la novela de la tarde. La Pelopincho nos representa. Cuando un diario titula "La tradicional fábrica de piletas podría cerrar sus puertas", esta cronista agrega: "Y, con ellas, una parte de la historia argentina".

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