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Perder una pierna no es perder la pasión por la vida: el conmovedor ejemplo de Federico

A menos de un año de sufrir la amputación, Federico Canal volvió a montar su motocicleta. Con apoyo familiar como pilar fundamental y con ansias de superación permanente, le gana a la adversidad día a día

La jabalina vuela en el aire, el esfuerzo para logar altura y velocidad queda ahora en una especie de grito que retumba en la inmensidad del espacio vacío. Surca el cielo buscando un lugar lejano, utópico, deseable. Con la mirada fija tras ese elemento, Federico Canal observa el recorrido al tiempo en que piensa en los movimientos que derivaron en lo que en un segundo más será el resultado.

Analiza rápido y en la misma dirección también pone un nuevo objetivo.“Se trata de eso, vos estás en un lugar y pensás dónde te gustaría estar, y ahí ves qué podés hacer para lograrlo. Uno se va poniendo objetivos y a medida que los alcanza se pone uno nuevo, y así todo el tiempo”. Tiene sólo 20 años, en el Parque Municipal “General José de San Martín” comenzó a entrenar pensando en los Paraolímpicos del futuro. Federico mira cómo la jabalina abre la tierra, se clava en el piso y le pone fin a ese esfuerzo, sabe que habrá otros, él sabe que va a mejorar.

Para estas fechas, pero en 2019 estaba postrado en la cama de una clínica asumiendo -inevitablemente- la responsabilidad de algo que había hecho tal vez sin pensar demasiado en las consecuencias.

El 17 de enero de 2019  salió a dar una vuelta por el centro en su moto, rodeado de otros tantos que como él entremezclaban de una forma particular, tal vez inexplicable, una pasión más la necesidad de ser observados y vaya a saber cuántas otras cuestiones tan vinculadas a períodos de la vida.

Hacía unos días nada más había cumplido 19 años. Dejó atrás Avenida de Mayo tomando por Rocha, llegó al semáforo de Alsina, se detuvo frente al Viaducto. Cuando el verde le dio el ok, dobló a la izquierda y escuchó que su amigo le decía “Y ¿se cuelga?”

Tal vez sonrió, seguramente se sintió desafiado o tal vez invitado a mostrar lo que sabía hacer, seguramente en sus planes no había consecuencias. “Le dije que se agarre y cuando levanté la moto se me fue hacia la derecha, me choqué un auto que estaba estacionado. Lo choqué re-despacio, recién estaba iniciando la maniobra, me caí y la moto quedó encima de mi pierna lo que ocasionó que me disloque la rodilla y entre otras cosas sufrí el corte de la arteria”.

La vergüenza de “wheelie” mal tirado pesaba más que los dolores, seguramente no había en ese momento nada más que la necesidad de levantarse y seguir. “Estando en el piso le decía a mis amigos que me acomodaran la pierna, pensando que no era tan grave. Once horas después del choque me llevaron a Junín y me operaron, el traumatólogo me explicaba que nunca había visto algo así, tenía todo roto, tendones, ligamentos; todo”.

La conmoción del primer momento, se convirtió en las urgencias de los días siguientes, después vino la preocupación y más tarde, la resignación. Federico atravesó todos esos momentos junto a sus padres Marisa y Ricardo y a su hermana Emilia. Y no mucho más. Todo eso pasó muy rápido, aunque para él todo fuera muy lento.

Iban 23 días de internación. Inmovilizado, en la cama y con una depresión importante se dijo así mismo que no estaba dispuesto a esperar en esa misma situación durante 2 años.

“Le pedí a mi mamá que dejara que me cortaran la pierna para poder irme a mi casa, no podía estar un segundo más en ese lugar. Tenía una posibilidad de recuperación, pero tenía gangrena en el pie, si yo pasaba unos 2 años en cama sin hacer ningún tipo de movimiento, podría llegar a recuperar más o menos la rodilla, y el pie me iba a quedar sin movimiento del tobillo. Se hizo una junta médica y me consultaron nuevamente, para mí fueron eternos esos días no podía soportarlo más”, le cuenta Federico a PRIMERA PLANA, sobre aquellos días aciagos. El 11 de febrero de 2019 fue amputado, 3 días después estaba en su casa sin poder todavía tener conciencia de lo que estaba pasando.

Cuenta con lujos de detalles cada momento que le tocó vivir, cuenta cómo se sentía al haber perdido 14 kilos en 14 días de internación, cuenta sin que se note en sus gestos, arrepentimiento, que la amputación fue para él lo mejor que pudo haber hecho, por lo físico y por todo lo demás también.

“Yo llegué a verle el punto positivo a todo esto. Antes del accidente a mí no me importaba nada de la vida, tomaba todo muy a la ligera. Dos días después de mi accidente tenía fecha para ingresar a estudiar a la ‘Juan Vucetich’. Quería ser policía, hasta había dejado de ir al circuito del Camping Municipal para cuidarme un poco y me pasó lo que me pasó”, dice y es el único momento en que siente que algo que deseaba profundamente no podrá ser llevado a cabo.

La recuperación

Esa determinación en cada cuestión que expone no surgió de un camino de rosas. El accidente fue un alto en su vida, pero para llegar al optimismo actual, inevitablemente supo superar los momentos más oscuros. “Cuando se me fue el efecto de las drogas, tuve una depresión bastante complicada. Estuve 2 semanas en sillas de rueda sin fuerza para levantarme. Le pedí a mi viejo que me comprara una soga de gimnasio y empecé a entrenarme por mi cuenta. Así que un día sin decir nada me puse de pie. Era un esqueleto, llorábamos todos, hacía un mes y medio que no estaba parado. Mi viejo me abrazaba, fue algo muy lindo”.

Allí se dio el inicio de una recuperación increíble que tuvo continuidad en la caminata con muletas, no sin percances claro está, como el día en que se fue desde su casa en Barrio Vicente López hasta la Plaza Merced, fue tal el sacrificio que llegó exhausto y no hubo forma de poder volver por sus propios medios. “Estaba agotadísimo, tuve que llamar a mi mamá para que me llevara a casa”, dice Federico y abre una puerta enorme para que toda esa autoestima se canalizara para  una recuperación tan rápida: su familia: “La familia nunca te va a dejar; ellos siempre van a estar ahí. Lamentablemente lo aprendí por la mala. Antes del accidente no daba ni bola, me levantaba y me iba, volvía a comer y a dormir nada más. Después de lo que me pasó me di cuenta que eran los únicos que estaban  acompañándome y me di cuenta que tenía un familión. Las cosas que hicieron por mí no las hizo nadie. Uno ayuda desde lo personal para salir del pozo, la escalera para salir me la hice yo, pero ellos estaban siempre, sin ellos no sé si hubiera podido”.

Después llegó la primera prótesis. Fue duro poder caminar, el optimismo se puso a prueba como nunca y la realidad abofeteaba con dolores: “Me enojé mucho, el dolor era tremendo, pero con mi viejo pensamos que si le poníamos unos  burletes de las puertas del auto como para que amortigüe podía mejorar, y funcionó bien. A la primera semana me fui al boliche, no sabía caminar y ya estaba bailando” dice con esa típica sonrisa joven.

Volver a la moto

El amor por las motos de Federico es inconmensurable. Su papá, Ricardo fue quien le inculcó todo ese afecto. Recuerda que desde pequeño, cuando lo llevaban al Jardín de Infantes, empuñaba los espejitos con la intención de manejar; a los 10, tuvo su propia unidad; a los 15, dominaba una 110 centímetros cúbicos y a los 18, había llegado la XTZ. “Estaba en Junín, internado con la pierna sin saber cómo iba a quedar y mi única preocupación era la moto. Mi papá me tenía que mandar fotos para poder verla. No veía la hora de volver a subirme. Después de la amputación, vino el tema de la adaptación para poder seguir usándola. Y en 10 meses estaba arriba de nuevo”, narra Federico, que el 17 de noviembre pasado volvió a manejar esa misma moto que le cambió la vida para siempre.

“Mis viejos iban retrasando todo el tiempo la reparación de la moto, le daban vueltas, ponían excusas, así que el 16 de noviembre tuvimos una discusión y le dije que iba a armar la moto yo mismo sin ayuda de nadie. Yo les había pedido que por favor me dejaran volver a andar en moto, les había medio obligado a hacer una promesa de que me iban a dejar y mi padre se dio cuenta que no iba a poder pararme así, que ese día de la discusión se puso y al otro día estaba lista, así que me dijo ‘vamos a probarla’.”.

Ricardo Canal, el papá de Federico, es Perito informático, pero como destacó su hijo en la entrevista: “se da maña para todo”. Y en ese todo hacer, inventó un sistema increíble.

Mirando videos de amputados en YouTube descubrió a un corredor de enduro estadounidense que tenía un sistema extraño. Se lo mostró a su padre y con los conocimientos que tenían de aeromodelismo pergeñaron un sistema de servos para poder mover la palanquita de cambios, pero era irrealizable por costos. El sistema que conocían costaba 800 dólares, algo que no estaba a su alcance. Así fue como Ricardo contactó con una empresa de autopartes y luego de varios intercambios llegó el solenoide, un electro imán de unos 30 centímetros, pieza similar al que se utiliza para el cierre centralizado de los automóviles. Los imanes tienen en el medio una especie de “chapita” y de allí surge un elemento metálico que permite hacer los cambios. Todo ese sistema se activa desde unos botones que van junto al puño izquierdo de la moto, y tuvo un costo de 6 mil pesos, cuando el dólar estaba a 30 (ver foto al final de la nota).

“Enseguida me adapté, fue instantáneo, pero tenía unas ganas tremendas de andar. Lo que más tiempo llevó fue la colocación del solenoide. En principio quería ponerlo como reemplazo de la prótesis, pero mi papá me dijo que no porque después no iba a tener dónde poner la prótesis. Luego, pensamos en ponerla atrás, en el pedalín del acompañante, pero tenía poco brazo de palanca y no metía los cambios. Y luego le pregunté si podíamos soldarlo al cuadro, y mi padre me dijo que no porque si tenía vibración se podía cortar, así que de esa idea surgió fijarlo a ese lugar pero con unas abrazaderas y quedó perfecto” enumera emocionado y satisfecho, Federico.

El día más esperado llegó. Un domingo inolvidable para él y para los suyos; dos amigos lo acompañaron, el equilibrio se encontró de inmediato, el sistema funciónó perfectamente y volver a montar su moto fue descripto como “Tremendo. No se puede explicar lo que se siente, toda esa adrenalina es inigualable. Muchos me ven hoy andando en moto y me dicen ‘vos no aprendés más’, pero la realidad no es esa, la realidad es que siempre tenés que seguir haciendo lo que te gusta pese a lo que te vaya pasando en la vida. Me gustaría volver a hacer todo lo que hacía y voy a intentarlo, pero donde corresponde, no en la calle”.

El accidente que le cambió la vida es un recuerdo que parece lejano, pero fue hace un año nada más. La decisión de que eso no fuera el final de todo, sino el principio de su vida queda claro en sus reflexiones “Hago todo lo que hacía antes, el accidente me ayudó a madurar mucho en todos los sentidos. Conocí mucha gente este año que me cambió bastante la vida. Yo tenía un grupo de supuestos amigos, que después del accidente no estuvieron más. Pero aparecieron otros y eso es bueno, nos juntamos en la plaza, tomamos mate, hablamos de la vida, todos trabajamos, es otro ambiente y me hizo muy bien.

“Cuando choqué, después de la amputación, después de volver a subir a la moto lo que hago es hablar con todos los que tienen la misma pasión que yo y trato de transmitirles algún consejo por lo que me pasó. Que se cuiden, que usen siempre casco, que respeten las normas de tránsito, para que no les pase lo mismo que a mí. El día del accidente yo llevaba casco, si no lo hubiera hecho no estaría vivo”.

Federico se ríe sobre todo de sí mismo. Asegura que su autoestima siempre fue muy alta y que ahora es más todavía. Asegura también que los 26 días inmovilizado le permitieron a valorar las cosas simples “Ahora duermo poco, disfruto del día y hago todo lo que puedo. Veo el amanecer y el atardecer todos los días. Trabajo de noche observando las cámaras de seguridad municipal, ando en bici, intenté andar en rollers pero no pude -por ahora-; me encanta hacer deportes y lo que no puedo hacer hoy lo haré mañana”.

La jabalina vuelve a surcar el cielo buscando un lugar lejano, utópico, deseable, Federico va con ella.

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