El politólogo Guillermo O’Donnell advirtió hace décadas sobre el peligro de las democracias delegativas: gobiernos electos que, amparados en su legitimidad de origen, concentran poder y desprecian los límites institucionales. La Argentina actual vuelve a poner a prueba aquella advertencia.
El espejo de O’Donnell
Guillermo O’Donnell, referente ineludible de la ciencia política latinoamericana, distinguió entre democracia representativa y democracia delegativa. La primera combina elecciones libres con instituciones fuertes, contrapesos efectivos y ciudadanía activa. La segunda reduce la democracia a un mero acto electoral, otorgando a los presidentes un cheque en blanco para gobernar por encima de los poderes y organismos de control. Décadas después, su diagnóstico ilumina un debate urgente: ¿hacia dónde se dirige la democracia argentina?
Un liberal que quiere dinamitar el Estado
El presidente Javier Milei se define como un liberal decidido a “desarmar el Estado” y, en sus propias palabras, un “topo” que lo destruirá desde adentro. La imagen es potente y, al mismo tiempo, profundamente contradictoria. El liberalismo clásico, que proclama la limitación del poder y la primacía de la ley, supone fortalecer instituciones y proteger derechos. Sin embargo, una retórica que presenta al Estado —y a buena parte de sus contrapesos— como enemigo a eliminar roza el terreno de la democracia delegativa que describía O’Donnell: un Ejecutivo que se asume portador exclusivo de la voluntad popular, menospreciando el papel del Congreso, la Justicia y los organismos de control.
Riesgos de la delegación
La experiencia regional es clara: cuando el poder se concentra en un solo actor, la democracia se vacía de contenido. Sin independencia judicial, sin partidos políticos fuertes, sin organismos de control eficaces, las promesas de libertad pueden terminar en arbitrariedad. El fanatismo ideológico, de un lado y del otro, agrava el problema. La política se convierte en una batalla de “ellos o nosotros”, y el diálogo democrático queda arrinconado.
El camino de la representación
Si la Argentina quiere evitar ese destino, necesita reafirmar su vocación representativa: - Instituciones sólidas que limiten a cualquier gobierno, por popular que sea. - Partidos políticos robustos, capaces de generar programas y liderazgos más allá de coyunturas electorales. - Ciudadanía activa, que no se conforme con votar cada cuatro años, sino que exija rendición de cuentas. Solo así el pluralismo dejará de ser una consigna y se convertirá en una práctica cotidiana.
Un desafío colectivo
El liberalismo auténtico no destruye el Estado: lo acota, lo vuelve transparente y lo hace responder a la ley. La democracia de calidad que O’Donnell soñó para América Latina no depende de un líder, sino de reglas, instituciones y ciudadanía comprometida. Argentina se encuentra, otra vez, ante la disyuntiva: representación o delegación. La respuesta definirá no solo a este gobierno, sino a toda una generación de vida democrática.
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