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Kicillof, entre la motosierra de Milei y los escombros del kirchnerismo

Guillermo "Memo" García Por Guillermo "Memo" García | 27 de Julio de 2025

El clima político en la Provincia de Buenos Aires tiene algo de déjà vu y de teatro en penumbras: listas cocinadas a último momento, pulseadas internas que se disfrazan de unidad y liderazgos que se sostienen, más por inercia que por estrategia.

En ese escenario, Axel Kicillof emerge como el único faro encendido en un mar peronista que oscila entre la resistencia simbólica y la incertidumbre pragmática.

“Fuerza Patria”, el nombre con el que el oficialismo buscará reafirmar su presencia, intenta consolidar un frente que llegue “unido pero desorganizado” a unas elecciones legislativas que serán clave. No solo para sostener la gobernabilidad, sino también para medir la temperatura real del vínculo entre Kicillof y una ciudadanía cada vez más desconectada de la discusión política tradicional.

La gestión enfrenta un ahogo financiero sin precedentes, producto de la decisión del Gobierno Nacional de retacear transferencias millonarias que le corresponden por ley. Pero el problema excede lo contable. La obra pública paralizada, el turismo en retroceso y la inseguridad creciente no se explican solo por falta de fondos: son también síntomas de un Estado que no encuentra cómo responder al nuevo humor social, más áspero, más desconfiado, más impaciente.

Kicillof intenta recuperar protagonismo en este contexto. Se quedó con el armado de listas en el Conurbano -gracias al repliegue judicial y electoral de Cristina Fernández- y trata de capitalizar ese gesto con la construcción de una figura que algunos ya llaman “kicillofismo”.

Sin embargo, el término suena más a necesidad que a realidad: todavía carece de base territorial propia, no tiene una narrativa atractiva para el votante desencantado, y sus cuadros políticos dependen más de herencias que de nuevas construcciones.

La oposición tampoco ofrece claridad. La Libertad Avanza, con su propia interna entre “violetas” y “amarillos”, replicó viejas prácticas del PJ que prometía enterrar. Sebastián Pareja, el arquitecto de las listas libertarias, distribuyó candidaturas con criterios tan poco transparentes como los que Milei juró combatir. El PRO, por su parte, cedió sin disimulo espacios que difícilmente logren representar intereses locales reales.

Mientras tanto, el votante común observa todo esto desde otro lugar. No desde la rosca, sino desde la preocupación por precios imposibles, servicios básicos deteriorados y un horizonte cada vez más angosto.

La desconexión entre la agenda política y las urgencias sociales es tan grande que muchos municipios dudan de que un sello partidario tenga más peso que la gestión concreta de cada intendente.

La elección del 7 de septiembre será un termómetro, pero también puede ser un punto de inflexión. Para el peronismo será la oportunidad de mostrar si es capaz de reinventarse sin Cristina en la cancha, sin épicas vacías y sin excusas externas. Para la oposición, será el momento de demostrar si su promesa de renovación es más que una fórmula marquetinera.

En cualquiera de los casos, hay algo que nadie podrá evitar: el reloj de los ciclos políticos está corriendo. Y como pasó con el cafierismo, el duhaldismo, el menemismo y tantos otros “ismos” dentro del peronismo, también llegará el momento de evaluar si el kirchnerismo y su posible heredero, el kicillofismo, tienen fecha de vencimiento o capacidad de refundación.

 

*El autor es periodista

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