En una entrevista que ya circula por todos los portales, Federico Sturzenegger sorprendió al describir con una imagen sexual el entusiasmo de Javier Milei al recibir su plan de desregulación. El ministro aseguró que el presidente “gemía” y parecía “tener un orgasmo” durante la presentación, un relato que descolocó a la audiencia y volvió a exhibir el costado más peculiar del oficialismo.
En los pasillos del poder suele hablarse con frialdad técnica, cifras y siglas que para el ciudadano común resultan ininteligibles. Sin embargo, en la actual gestión libertaria, ciertas imágenes parecen brotar con un tinte bastante más… carnal. Y no es que se trate de un lapsus aislado: los relatos con guiños sexuales —o directamente descripciones dignas de un manual de educación sexual para adultos— se repiten con una naturalidad que deja al espectador oscilando entre el asombro y la incomodidad.
Esta vez sucedió en una entrevista con el operador oficialista Lucas Morando, y fue cuando el ministro nacido y criado en La Plata quiso transmitir el fervor con el que el presidente Javier Milei recibió su plan de ajustes y desregulaciones. La imagen elegida para ilustrarlo fue, cuando menos, gráfica: “Tanto se entusiasmaba que por momentos gemía. Parecía como si estuviese teniendo sexo, un orgasmo”, soltó, con la naturalidad de quien describe una merienda.
Lejos de quedarse ahí, el ex presidente del Banco Central pintó la escena con detalles de utilería: dos pilas de papeles presidiendo su oficina, una altísima (las regulaciones previas) y otra menguada (las que quedaron en pie después de su poda normativa).
En su narrativa, Milei contemplaba esos documentos como un coleccionista frente a su pieza más codiciada, con una excitación que, según el propio ministro, se manifestaba en sonidos que el entrevistador probablemente no esperaba escuchar en un reportaje sobre política económica.
Pero la historia tiene un preludio. Sturzenegger contó que empezó a gestar este proyecto en 2021, mientras oficiaba como asesor de Patricia Bullrich. Durante dos años, clasificó leyes y regulaciones como quien ordena un ropero nacional: esto se deroga, esto se modifica, esto queda. La valija con las dos pilas viajó intacta hasta que, tras la derrota de Bullrich en primer
Ahí llegó la reunión clave. Un encuentro de eternas seis horas, en el que el entonces candidato Milei —siempre según Sturzenegger— iba recibiendo cada propuesta con tal exaltación que lo hacía emitir esos gemidos que, de nuevo, el ministro no dudó en caracterizar como de índole sexual. Una especie de sinfonía privada entre regulaciones eliminadas y fantasías libertarias de libre mercado.
De esa fusión de ideas —las propias de Milei y las que Sturzenegger llevaba cultivando desde tiempos bullrichistas— nacieron el DNU 70/2023 y la Ley Bases. Un parto legislativo que, siguiendo la línea narrativa del ministro, podría interpretarse como el clímax de una larga seducción normativa.
En la entrevista, Sturzenegger también se permitió salir un instante del guion para defender al Presidente de otra controversia: la publicación en X de un mensaje sobre la criptoestafa $Libra. Frente a las palabras de Diana Mondino, que lo tildó de “no muy inteligente” o “una especie de corrupto”, el ministro suavizó la escena describiendo a Milei como un apasionado de su país y de las redes, alguien que “puede equivocarse en lo que apoya” sin mayores consecuencias.
Pero el núcleo de la conversación volvía, inevitablemente, a aquella reunión maratónica, a las pilas de papeles y a esa peculiar manera de describir la (auto?) satisfacción presidencial.
Porque si algo parece distinguir a este gobierno —más allá de las medidas que impulsa— es la propensión de sus protagonistas a condimentar el relato con referencias corporales, sensoriales, incluso eróticas, que contrastan con el formalismo que solía dominar el lenguaje político.
La imagen queda flotando: un ministro hablando de orgasmos presidenciales mientras describe la poda de regulaciones estatales; un presidente que, según su colaborador más cercano en esta materia, se deja llevar por una euforia que se manifiesta en gemidos; y una comunicación oficial que, lejos de evitar el doble sentido, lo abraza como marca registrada.
El resultado, para el público, es un relato que trasciende la técnica y penetra —con perdón de la metáfora— en un territorio más íntimo, donde la política y la pulsión parecen jugar en el mismo equipo.
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