El cerebro humano tiene una capacidad extraordinaria para protegernos. Una de sus estrategias más complejas —y a la vez más malinterpretadas— es el olvido selectivo. No es raro escuchar frases como “yo bloqueé eso por completo” o “no recuerdo nada de mi infancia”. Y no es simple descuido. Es un mecanismo de defensa. La mente, cuando algo duele demasiado, puede elegir no recordarlo. No porque no haya pasado, sino porque recordarlo sería demasiado abrumador.
Sin embargo, también ocurre lo contrario: hay recuerdos dolorosos que, por más que se intente, no desaparecen. Se quedan ahí, insistentes, como una película que se repite sin pausa. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué algunas heridas se borran y otras no nos dejan en paz?
Cuando atravesamos una experiencia traumática —sobre todo en la infancia— el cerebro puede “almacenar” esa información en compartimentos emocionales que no están conectados a la memoria lineal. No es que el recuerdo se destruya: se guarda de forma distinta. El cuerpo puede recordarlo (a través de síntomas físicos, ansiedad o hipervigilancia), incluso cuando la mente lo ha silenciado.
Este tipo de olvido es una forma de sobrevivir. El sistema nervioso, al sentirse desbordado, apaga ciertas áreas cerebrales para protegerte. El problema es que, al crecer, esos recuerdos empiezan a filtrarse de otras maneras: sueños recurrentes, reacciones desproporcionadas, miedos irracionales o una tristeza que parece no tener causa.
Y, por otro lado, hay experiencias que no se pueden olvidar porque no han sido elaboradas. Siguen activas en la memoria emocional, no porque quieras revivirlas, sino porque tu sistema aún las percibe como una amenaza no resuelta. Es como si tu mente repitiera: “Aún no estamos a salvo”.
Olvidar, a veces, es sobrevivir. Investigaciones recientes han demostrado que tenemos la capacidad de olvidar algo voluntariamente, pero aún se cuestiona cómo lo hace nuestro cerebro. “Una vez que comprendamos cómo se debilitan los recuerdos y encontremos maneras de controlarlo, podremos diseñar tratamientos para ayudar a las personas a deshacerse de los recuerdos no deseados”, afirma Jarrod Lewis-Peacock, autor principal del estudio y profesor adjunto de psicología en la Universidad de Texas en Austin (Estados Unidos).
El estudio utilizó neuroimágenes para observar cómo el cerebro maneja el olvido intencional. Los resultados sugieren que, para olvidar una experiencia no deseada, se debe enfocar más atención en ella. Este hallazgo sorprendente amplía investigaciones previas sobre el olvido intencional, que se centraban en reducir la atención a la información no deseada mediante la redirección de la atención o la supresión de la recuperación de la memoria.
Además, se observó una región del cerebro llamada corteza temporal ventral, asociada con el procesamiento de la información sensorial y perceptiva, incluyendo el recuerdo de estímulos visuales complejos. Este enfoque diferente permitió comprender mejor cómo se debilitan los recuerdos y cómo se puede controlar este proceso.
Existen medidas que pueden tomarse para disminuir el impacto emocional de un recuerdo y hacerlo menos intrusivo. Es importante recordar que desvanecer un recuerdo requiere tiempo y práctica, por lo que no debe desanimarse si no sucede tan rápido como se quisiera.
“Al permitirte sentir el dolor asociado con estos recuerdos, desarrollas tu resiliencia y aprendes habilidades de afrontamiento para lidiar con el trauma”, afirma Michael Stagar, psiquiatra de AdventHealth Central Texas (Estados Unidos).
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