Compartir la contraseña del celular con la pareja se volvió, para muchos, una especie de “prueba de amor”. Sin embargo, la idea de que el acceso al dispositivo garantice transparencia puede ser contraproducente. “Asumir que una política telefónica abierta equivale a transparencia es engañoso; a menudo roza la vigilancia”, advierte Aanya Jai, psicóloga y autora de publicaciones sobre vínculos afectivos. Para la especialista, el derecho a la privacidad no desaparece por el hecho de estar en pareja. “Al igual que cerrar la puerta del baño con llave no es secreto, sino un derecho fundamental, el acceso al teléfono debería ser una elección personal, no una prueba de lealtad”, enfatiza.
Para la psicóloga Absy Sam, hay razones por las cuales algunas parejas eligen compartir sus dispositivos:
Pero este tipo de acuerdos también presenta riesgos si no están basados en la confianza y el deseo compartido. “En muchos casos que he conocido, la infidelidad suele surgir con más frecuencia en relaciones que ya tienen una política de llamadas abiertas”, señala Jai. “Las personas infieles suelen disfrutar de la emoción del engaño. No se trata de acceso, sino de mentalidad”.
Tener espacio individual dentro de una pareja saludable es una necesidad. El desafío está en diferenciar privacidad de secreto. “Si no se está ocultando algo que podría generar daño, mantener ciertos espacios privados no debería ser un problema”, sostiene Lucia Grosaru, psicóloga clínica y psicoterapeuta con más de 15 años de experiencia en entrenamiento en asertividad.
Para la experta, “compartir contraseñas en una relación madura puede ser una muy mala idea: muchas veces oculta inseguridades y termina generando daños innecesarios”.
No obstante, Grosaru advierte que en una relación sana no debería haber necesidad de demostrar inocencia constante: “En una pareja respetuosa, la confianza se construye con hechos, no con auditorías”.
El teléfono celular se ha transformado en una extensión de la vida emocional y privada. Su uso compartido dentro de una relación no tiene una respuesta correcta universal, pero sí requiere acuerdos claros, mutuos y saludables. Las buenas intenciones pueden reforzar el vínculo, pero si el acceso se impone como un control encubierto, se vuelve una fuente de conflicto y desconfianza.
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