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Del Verdi a la fábrica: cuando el progreso arrasó la identidad

A lo largo de su historia, Pergamino ha sido testigo de un proceso vertiginoso de transformación urbana, muchas veces celebrado bajo el signo del progreso. Sin embargo, en ese camino hacia la modernidad, la ciudad ha dejado atrás una parte vital de su identidad: sus edificios históricos. Y cada estructura que cae no es solo ladrillo que se derrumba, sino también memoria que se apaga.
En nombre del desarrollo, la piqueta avanzó con fuerza sobre construcciones que formaban parte del alma de Pergamino. Espacios que habían sido testigos del paso del tiempo, de la cultura viva, de los encuentros, del arte y de la comunidad. La lista de lo perdido es larga y dolorosa: el Mercado Modelo, el Palacio Sevilla, la primera usina eléctrica con su chimenea de 46 metros, el querido Bar Tokio, hoteles históricos como el De la Victoria y el Español, casas familiares con arquitectura irrepetible como la de los Pereyra Duarte y, tal vez como emblema mayor de esta desmemoria urbana, el Teatro Verdi.
Teatro Verdi
Inaugurado un 19 de febrero de 1912, el Teatro Verdi (fruto de la incasable tarea de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos) no solo era una joya arquitectónica inspirada en el renacimiento italiano, sino que fue considerado en su época el coliseo más importante de la provincia de Buenos Aires por su acústica excepcional y su cuidada estética.
Con una platea móvil de 464 butacas, 40 palcos distribuidos en altos y bajos, “avantscene” y paraíso, y un busto del maestro Giuseppe Verdi en su fachada, el edificio condensaba el espíritu de una ciudad que apostaba fuerte por la cultura.
Durante décadas, por ese escenario pasaron los artistas más destacados del país y del exterior. El Verdi era sinónimo de jerarquía artística, pero también de pertenencia. Cada función era un acto colectivo, una fiesta de la sensibilidad. Sin embargo, en 1958, en una decisión que hoy resulta incomprensible, comenzó su demolición para dar lugar a una fábrica Annan. El edificio fue reducido a escombros. Y con él, se fueron sus duendes, sus historias, su magia. Una página arrancada con brutalidad del libro de la memoria pergaminense.
No fue un caso aislado. La lógica de “renovar para crecer” arrasó con casi todo lo que oliera a pasado.
Cine San Martín
Pero hay edificios que se niegan a desaparecer, que resisten al olvido gracias al empuje de vecinos y gestiones que comprenden que la identidad también se construye desde el respeto por lo que fuimos. Uno de esos casos es el Cine San Martín.
La historia del Cine San Martín comenzó en 1954, con un ambicioso proyecto impulsado por los hermanos Pacheco y Primo Gilli. Tras años de obra, dificultades económicas y conflictos propios de la época, el 3 de enero de 1958 abrió sus puertas con una función colmada en la que se proyectó Sinuhé, el egipcio. La sala, con capacidad para 1700 personas, contaba con una pantalla de 15 metros, tecnología sonora de punta, excelente acústica y un diseño moderno que incluía confitería y tres plantas perfectamente integradas.
Durante sus décadas de esplendor, el cine fue escenario de grandes estrenos y espectáculos memorables: La guerra de las galaxias, Quo Vadis, Tiburón, conciertos de Mercedes Sosa, Los Plateros, Osvaldo Pugliese y muchos más. Cada butaca de ese lugar guarda un pedazo de la historia cultural pergaminense. Sin embargo, el cierre llegó el 27 de noviembre de 1989 con apenas 13 espectadores en la proyección de Indiana Jones. El avance del VHS, la aparición de los DVD, Internet y las nuevas formas de consumo audiovisual marcaron el final de una era.
En los años ‘90 se intentó transformarlo en confitería, luego revivirlo como cine, pero ninguna propuesta logró sostenerse. La aparición de la Opinión Plaza terminó de sellar su cierre definitivo. El edificio quedó en silencio, esperando otra oportunidad.
Recién en 2010, ya en manos del Municipio, que por entonces tenía como jefe comunal a Héctor María Gutiérrez, comenzó la primera etapa de su recuperación. Hubo demoliciones, adecuaciones, excavaciones, y una promesa: devolverle a Pergamino uno de sus espacios culturales más valiosos. “Esta no es una obra de un gobierno, sino de todos”, se dijo entonces. Hoy, después de muchas idas y vueltas, ese proyecto empieza a concretarse. Si todo avanza como está previsto, el Cine Teatro San Martín será reinaugurado a fines de 2025. Será, sin dudas, un acto de justicia histórica.
Porque el patrimonio no es una traba al progreso, sino una forma de progreso con raíces. Es el legado que recibimos, que habitamos y que debemos cuidar para las generaciones que vienen. Es memoria construida en ladrillos, mármol y madera. Es el eco de una orquesta en el Verdi. Es el murmullo de una cola de espectadores en el San Martín. Es Pergamino hablándose a sí mismo en voz alta.
Ojalá hayamos aprendido la lección. Que la pérdida del Verdi no haya sido en vano. Que todavía estemos a tiempo de abrazar lo que queda en pie, de restaurarlo, de honrarlo. Que la ciudad entienda que el verdadero progreso no arrasa con su historia, sino que la celebra, la protege y la convierte en cimiento.

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