El comienzo del fin rara vez se anuncia con estruendo: suele insinuarse en gestos, en errores que antes se disimulaban y en derrotas que marcan un quiebre. Lo del intendente Javier Martínez anoche fue eso: un final que empieza a escribirse. Tras una década de victorias consecutivas, perdió su primera elección y con ella el blindaje político que lo sostenía.
Los errores no forzados fueron muchos. Martínez puso intereses individuales por encima de los partidarios, rompió con el PRO y rechazó la alianza con La Libertad Avanza por no lograr la renovación en el cargo de una legisladora de su entorno. Paradójicamente, el PRO terminó encabezando la lista de la Segunda Sección Electoral.
Atrapado en su propio laberinto, se refugió en Hechos, el partido de los Passaglia, subordinándose a un poder foráneo con base en San Nicolás, a apenas 75 kilómetros, pero con un peso político que eclipsa al de Pergamino.
En la gestión, la foto es la de un intendente corroído, más volcado a imponer que a convencer, sin propuestas de renovación. El emblema de su campaña -una pista de atletismo inaugurada a las apuradas y en malas condiciones- terminó siendo una metáfora de improvisación. La presión ejercida sobre la Liga de Fútbol para suspender partidos y obligar a clubes a llenar un acto partidario fue otro símbolo de prepotencia.
La sobredosis de cartelería y propaganda, lejos de sumar, irritó a los pergaminenses. El cierre con un avión que sobrevoló la ciudad para promocionar Hechos rozó lo grotesco: un recurso caro, llamativo, pero prohibido por ordenanza municipal desde 2001. Todo mal para la gente, aunque bien para aquellos que perciben la realidad desde un lugar alejado y viciado.
Los ciclos políticos no son eternos. Martínez perdió su mayoría en el Concejo Deliberante, deberá oxigenar un gabinete anémico y enfrenta un futuro sin aliados de peso: lejos del Gobierno Nacional, distanciado de Axel Kicillof -el gran ganador de la jornada- y con sus propios soldados tanteando quién será el heredero del despacho de Florida y Peatonal.
Anoche intentó disfrazar el áspero e histórico revés con un discurso forzado, pero los gestos no alcanzan cuando el aroma es inconfundible. En todos los casos -desde los comienzos de la civilización hasta hoy- el perfume sirve para disimular, pero nunca para evitar que se sienta en el fondo el olor que se quiere tapar.
Por detrás del espectáculo de los carteles en la vía pública, el avión prohibido, la desnutrida pantera rosa y el intento de mostrarse que “aquí no ha pasado nada”, se siente el olor a fin de ciclo.
Los primeros en sentirlo son las narices más entrenadas en la política: los líderes de opinión, empresarios y los mismos políticos, los que lo exudan y se hacen los distraídos. Y los que se codean anhelando que podrían ocupar el despacho oval de la esquina de Florida y Peatonal, donde desde hoy el café se sirve más frío.
*El autor es periodista
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