Con un mix de ejercicio físico, una dieta saludable, vida social y juegos de mente, los adultos mayores con riesgo de demencia o deterioro cognitivo pueden mejorar sus funciones cognitivas, según revela un nuevo estudio clínico de gran alcance.
La investigación lleva el nombre de U.S. POINTER y es el mayor ensayo clínico que se haya realizado para analizar si los hábitos y un estilo de vida saludable pueden mejorar la salud del cerebro. Los resultados fueron publicados en la revista científica JAMA y presentados en la Conferencia Internacional de la Asociación de Alzheimer que se celebró en Toronto hace dos semanas.
“Si hay factores de riesgo que se pueden modificar y mitigar, entonces lo lógico es que también mejore la salud del cerebro y se pueda prevenir la demencia”, dice Kristine Yaffe, profesora y vicepresidenta del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California en San Diego.
Arrojó una nueva fórmula para mejorar la función cognitiva y demuestra que los hábitos saludables son importantes para la salud cerebral, señala Laura Baker, profesora de medicina interna en la Facultad de Medicina de la Universidad de Wake Forest e investigadora principal del estudio.
Del ensayo POINTER participaron 2111 adultos de entre 60 y 79 años y de cinco lugares distintos, que estaban sanos pero corrían riesgo de deterioro cognitivo y demencia debido a factores relacionados con el estilo de vida, como mala alimentación, falta de ejercicio físico regular o riesgo cardiovascular.
Lo crucial de este estudio es que los investigadores reclutaron a grupos subrepresentados que se sabe que tienen un alto riesgo de demencia: el 31% de los participantes pertenecía a grupos étnicos o minoritarios, y el 78% tenía antecedentes familiares de deterioro de la memoria.
“Queríamos asegurarnos de que las diversas microculturas en Estados Unidos estuvieran realmente representadas en el estudio”, algo que los ensayos clínicos para la enfermedad de Alzheimer todavía no habían logrado, apunta Baker.
A los participantes los dividieron aleatoriamente en dos grupos para intervenir en sus estilos de vida de manera diferente: un grupo tendría un programa de cambios preestablecido y el otro grupo tendría un programa autoguiado.
A lo largo de los dos años que duró el estudio, ambos grupos se enfocaron en la actividad física, la dieta, el entrenamiento cognitivo, la socialización y la salud vascular.
Los participantes del grupo autoguiado recibieron información general sobre salud, dieta y ejercicio, y se los alentó a realizar los cambios de estilo de vida que consideraron más adecuados a sus posibilidades y necesidades. También se reunieron seis veces con coordinadores y compañeros participantes en sus localidades, para compartir experiencias sobre lo que estaban aprendiendo.
El grupo con un programa de cambios estructurado y prestablecido tuvo un régimen mucho más intensivo y exigente, con tres ejes:
1) Salud física: cada semana, esos participantes tuvieron cuatro días de ejercicio aeróbico, dos días de entrenamiento de resistencia y dos días de ejercicios de estiramiento y equilibrio.
2) Dieta: se les animó a seguir la dieta Mediterránea-DASH para el Retraso Neurodegenerativo (MIND), diseñada para promover un envejecimiento cerebral saludable.
3) Entrenamiento cognitivo: tres veces por semana, participaban de un programa de entrenamiento cognitivo online.
Además, ese grupo se reunió 38 veces con coordinadores y otros participantes, cada seis meses recibía asesoramiento de salud por parte de un médico, así como llamadas telefónicas y visitas clínicas para evaluar su dieta y su salud cardiometabólica.
Que los participantes se reúnan con sus compañeros aporta un componente de apoyo social “que es crucial para la intervención sobre los estilos de vida”, apunta Baker.
En la intervención estructurada, “les decimos qué hacer, pero los ayudamos a lograrlo, y trabajamos con ellos como socios para acompañarlos durante el proceso”, señaló Baker en una rueda de prensa.
A lo largo de los dos años que duró el estudio, ambos grupos experimentaron mejoras de las funciones cognitivas. Sin embargo, los participantes del grupo “estructurado” obtuvieron mejores resultados que los del grupo autoguiado.
Para muchos participantes del estudio –más del 90% cumplió con los dos años de ensayo– la experiencia fue motivadora y transformadora. Phyllis Jones tiene 66 años, vive en Illinois y dice que la experiencia como participante del grupo estructurado la cambió para siempre.
Su madre y su abuela padecieron demencia, y ella venía descuidando su salud desde que la despidieron de su trabajo de ingeniería de software después de 28 años. “Me estaba hundiendo y lo notaba”, dijo Jones en una rueda de prensa.
Con Jones y otros participantes los investigadores iniciaron un programa de ejercicio físico lento: apenas 10 minutos al día. “Pero después de todos esos años de sedentarismo, esos 10 minutos alcanzaron para motivarme –afirma Jones–. Como fue todo muy gradual, no nos desanimamos ni nos lastimamos”.
Desde entonces, ella bajó 14 kilos y se levanta cada mañana para hacer ejercicios de realidad virtual en pijama, antes de alimentar a sus mascotas y ponerse a trabajar.
Peter Gijsbers van Wijk tiene 72 años, vive en Houston y participó del grupo autoguiado. Comenta que las reuniones con coordinadores y los otros participantes lo ayudaron a no perder la motivación para enfocarse en sus objetivos de salud: realizar más actividad física. Su madre y dos tías sufrieron demencia.
Después del ensayo, Van Wijk siguió con los ejercicios de yoga y camina ocho kilómetros al día al menos cinco días a la semana. También empezó a hacer voluntariado, para tener más contacto social y aportar a su comunidad. “Lo más importante es probar un par de cosas y ver qué te gusta, porque cuando lo disfrutás es más fácil ser constante”, apunta van Wijk.
Si bien los hallazgos del estudio son “muy importantes”, los efectos a largo plazo en la salud cognitiva aún son inciertos, señala Dhana.
Además, dado que el estudio no incluyó a ningún grupo que no recibiera una intervención en su estilo de vida, es difícil dilucidar por qué tanto los grupos autoguiados como los estructurados experimentaron mejoras de sus funciones cognitivas.
(Para explicar esa decisión, los investigadores del estudio dicen que sintieron la responsabilidad ética de brindarle algún beneficio a todos los participantes).
Además, la diferencia en la mejora cognitiva entre los dos grupos también fue “bastante modesta”, suma Yaffe.
Los participantes del grupo de cambios estructurados obtuvieron mejores resultados en la función ejecutiva que los del grupo autoguiado, pero no se observaron diferencias significativas en la memoria ni en la velocidad de procesamiento mental. Esto sugiere “más una mejora de la vía vascular que del Alzheimer”, cuyo sello distintivo es el deterioro de la memoria, sostiene la especialista.
Dado que el estudio incorporó cambios muy diversos en el estilo de vida, no es posible determinar con precisión cuál es el más eficaz para cada persona.
Cualquier enfermedad que cause deterioro cognitivo y demencia probablemente requiera “una multiplicidad de soluciones”, incluyendo cambios conductuales combinados con medicación, asegura Heather Snyder, autora del estudio y vicepresidenta de relaciones médicas y científicas de la Asociación del Alzheimer, que aportó 50 millones de dólares para financiar el estudio.
Ahora los investigadores están analizando biomarcadores y datos de neuroimagen de los participantes, a quienes les harán seguimiento durante cuatro años más, para observar cómo esas intervenciones en el estilo de vida impactan en su salud cognitiva a largo plazo.
Al mismo tiempo, trabajan con otras asociaciones para llevar a la comunidad esas intervenciones estructuradas en el estilo de vida “pero ahora, no después” concluye Baker.
Según Dhana, “para mejorar la salud del cerebro, hay que adoptar cambios de diversa índole”. Hay muchas maneras de reducir el riesgo de demencia.
Por Richard Sima
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