Juan Marchetti nunca se imaginó que un viaje de fin de semana le cambiaría la vida por completo. Corría el 2017 y un encuentro nacional entre fanáticos del Ford Falcon que se haría en Santiago del Estero fue la excusa perfecta que Juan encontró para estrenar su propio Falcon modelo 1981. Sin más que un bolsito con algo de ropa, una carpa y 16 mil pesos; puso en marcha el antiguo coche y salió a la ruta para recorrer los más de 1500 kilómetros que separaban su casa en Mar del Plata de su destino.
“Muchos mandaban sus Falcon en camiones porque no es fácil salir a la ruta con un auto clásico tan antiguo, pero mi idea era llegar al encuentro andando, y eso ya era una hazaña impresionante. Cuando llegué fue una alegría y una emoción enorme”, cuenta Marchetti a INFOCIELO y comenta: “Cuando terminó el Encuentro después de dos días y todos se despedían, yo quise seguir un poco más hacia el noroeste y ahí fue donde arrancó toda esta aventura, porque me dí cuenta de que quería seguir viajando”.
Después de avisarle a Marina, su pareja, y a su familia que su vuelta se postergaría algunos días más, volvió a pisar el acelerador y su espíritu aventurero lo guio hasta Jujuy.
Cuando llegó a La Quiaca pensó que, después de haber recorrido tantos kilómetros y luego de haber atravesado la frontera de tantas provincias, sería una pena pegar la vuelta antes de cruzar el límite entre Argentina y Bolivia.
Desde ese momento, no hubo retorno: el marplatense, que en aquel momento trabajaba en un restaurante porteño, ya no quería bajarse de la travesía que improvisó sobre la marcha mientras conducía su Falcon.
“Hablaba con Marina y le iba diciendo ‘quiero viajar un poco más’”, recuerda Juan, aunque ese “poco más” se extendió durante 6 meses hasta que llegó a Panamá, que resultó ser el punto de encuentro entre ambos.
Marina, que trabajaba como administrativa en una farmacéutica importante y vivía en Vicente López, decidió renunciar y despojarse de todo lo que la ataba a la vida citadina, para sumarse a la aventura rutera.
Juntos avanzaron por Centroamérica, conociendo lugares paradisíacos a bordo de “La Makinola”, nombre con el que bautizaron al Falcon, su “máquina de sueños”, que se convirtió en una especie de hogar con ruedas.
“No es lo mismo viajar en un motorhome, en un colectivo o en una furgoneta que en un auto clásico, no tenés las mismas comodidades”, reconoce el viajero oriundo de Mar del Plata y señala: “Para dormir teníamos una carpa y nos recibieron en muchas casas de familias, pero también hubo otras tantas veces que teníamos que estacionar el auto, ponerle cartones alrededor para tapar las ventanillas, reclinar los asientos y descansar ahí mismo”.
Para financiar el viaje y poder seguir sumando kilómetros, la pareja bonaerense vendió en la ruta y en los distintos eventos de autos en los que eran invitados remeras, gorras, postales y stickers con la inscripción “La Makinola”. Además trabajaron en restaurantes, frigoríficos, hicieron algunas “changas” como cortar el pasto o limpiar techos y también realizaron voluntariados por intercambio de hospedaje y alimento.
“El dinero es combustible. Cuando no nos gustaba mucho un lugar o queríamos seguir, sabíamos que teníamos el tanque lleno, pero no nos llenábamos de plata”, dice Marchetti, que siguió a paso firme conduciendo el Falcon junto a su pareja hacia México, donde tuvieron varias complicaciones.
“Saliendo de una ciudad en México, donde habíamos participado de un evento con un club, el coche se frenó sobre la ruta y no arrancó más. Para colmo, no teníamos línea en los celulares porque usábamos el WiFi de los lugares a donde íbamos”, el dueño de “La Makinola”, que ya se había comprometido a participar junto a Marina de una reunión organizada por otro club de aficionados a los automóviles: “Como veían que no llegábamos, se comunicaron con el primer club y salieron a buscarnos a la ruta”.
Tiempo después, los miembros del club hallaron el inconfundible Falcon celeste con la franja blanca sobre el capó —emulando la bandera Argentina—; las calcomanías con las banderas de los distintos países que visitaron en su parte trasera; y la leyenda “La Makinola” sobre el vidrio frontal.
“Como justo era domingo, estaba todo cerrado y no conseguíamos grúa, hasta que uno de los amigos de los integrantes de este club nos vino a buscar con su propia grúa. Fue una cosa increíble”, asegura Juan Marchetti y comenta que “el problema había sido la rotura de un pistón”, que terminaron reemplazando por otro de Mustang.
Tras superar el primer obstáculo en tierras mexicanas a partir del acto heroico de quienes se acercaron a auxiliarlos, les tocó vivir un episodio mucho más desagradable.
“Una mañana estábamos vendiendo gorras en un pueblito y de repente frena un auto, bajaron cuatro tipos armados que agarraron a otro muchacho en medio de la calle y le empezaron a pegar”, describe Juan que se fue corriendo del lugar junto a su pareja al ver que los cuatro sujetos apuntaban con sus armas en la cabeza al hombre, “Nos metimos en un local y Marina estaba tan asustada que se escondió del otro lado del mostrador y se tapaba los oídos para no escuchar los disparos. El dueño del negocio nos explicó que se trataba de un ajuste de cuentas y que era algo normal allá, pero que a nosotros no nos iban a hacer nada”.
La última parada en territorio americano para la pareja de viajeros fue Estados Unidos, país al que llegaron en 2019. Allí permanecieron durante prácticamente un año, recorriendo distintas ciudades hasta que se ilusionaron con un nuevo desafío: cruzar el Océano Atlántico y continuar la sorprendente travesía en el Viejo Continente.
“Nosotros estábamos trabajando en Nueva York cuando decidimos mandar el auto en un barco hasta Europa, con la ayuda de una empresa y, cuando el coche estaba siendo transportado hasta allá, nos enteramos que vamos a ser papás”, relata Marchetti y recuerda: “Además, 10 días antes de esta noticia, me había quebrado la pierna trabajando. Pasó todo junto y fue muy raro”.
Al desembarcar en España, se dirigieron a Palma de Mallorca, donde un amigo les brindó alojamiento hasta que el conductor de “La Makinola” se recuperó de su lesión en el pie y continuaron viaje en el Falcon primero hacia Francia y luego hacia Italia.
Al no tener acceso a internet ni demasiadas formas de acceder a la información mientras continuaban con su hazaña nómada a través de las rutas del mundo, Juan y Marina no tenían idea qué significaba la palabra “Coronavirus”, como así tampoco sabían que se dirigían justo hacia el epicentro de una pandemia que pondría patas para arriba al mundo.
La llegada de la pareja de trotamundos a Italia coincidió con el momento en el que se desató la pandemia de COVID-19 en China y que, en muy poco tiempo, invadió Europa, convirtiendo a países como España e Italia en los focos más críticos por la cantidad de contagios y el número de víctimas fatales.
“La llegada del virus fue tan repentina que, cuando llegamos a Italia, nadie hablaba sobre el tema, pero a los pocos días tenías todos los noticieros hablando del coronavirus, los negocios cerrando, la gente muriéndose en los hospitales, fue muy duro”, afirma Juan, que empezó a desesperarse al ver que en ese contexto no conseguía empleo: “Cuando iba a buscar un trabajo, todos me decían ‘estoy cerrando, no puedo tomar gente’. Yo pensaba en Marina, que estaba embarazada y no sabía qué hacer”.
Para peor, tampoco lograban ingresar a Italia para que Marina pudiera hacerse los chequeos médicos correspondientes por su embarazo, a pesar de que ella tiene nacionalidad italiana.
De pronto, el viaje soñado se había convertido en una película apocalíptica y, a medida que pasaban las horas, el panorama se volvía cada vez más adverso: el virus continuaba propagándose a un ritmo inquietante por Europa y, mientras muchas fronteras provinciales ya se habían cerrado en Italia, se esperaba un inminente bloqueo de los límites fronterizos con otros países e incluso ya no salían vuelos.
“Nuestras familias nos sugirieron que volviéramos a Argentina y dijeron que nos ayudaban, pero que tomáramos una decisión rápido”, dice Marchetti. Sin perder tiempo, subieron al Falcon y emprendieron el regreso hacia España, que era el único país desde donde todavía salían aviones con destino a Argentina.
Con una tormenta feroz que parecía querer llevarse todo por delante, emprendieron una carrera contrarreloj para llegar a tiempo y que Marina pudiera retornar a la Argentina, donde se vivía una realidad mucho menos delicada. Horas más tarde, las fronteras de Francia se cerraron.
“Cuando llegamos a España vimos cosas rarísimas que nunca habíamos vivido. Me acuerdo que íbamos a un supermercado y no había nada, la gente se llevaba todo pensando que era el fin del mundo ”, describe el aventurero marplatense. Finalmente, Marina llegó a tomarse el vuelo y Juan , que se negó a abandonar a “La Makinola” en Europa, viajó hacia Bélgica con su Falcon, para que un barco trasladara el vehículo nuevamente hacia América.
“De Bélgica me fui a Bilbao y de ahí, pude volver a Buenos Aires. El auto terminó en Uruguay, que es donde todavía está retenido porque nunca se abrieron las fronteras con Argentina”, explica Marchetti.
NUEVOS HORIZONTES
Mientras esperan para recuperar a “La Makinola”, la pareja adquirió a “La Makinola 2”, un Falcon rojo modelo 1986, que en abril de este año les permitió realizar una visita hacia el sur de Argentina con una nueva integrante: Martina, su hija.
Como la familia se agrandó, luego de esa experiencia, Juan y Marina decidieron cambiar este último vehículo por una Ford F-100, que transformarán en una pequeña casa rodante con la ayuda de un amigo que los guía de manera remota desde Río Negro.
“Creo que pasar de tener un Falcon, que puede ser un poquito más incómodo, a tener una camioneta, que ya podés tener un camper, va a ser un salto fundamental para nosotros”, considera el padre de Martina y señala: “Ahora la experiencia es nuevísima porque somos papás y es algo maravilloso. Vamos a tratar de seguir viajando en esta nueva etapa, con esta nueva modalidad que trae la pandemia, pero pensamos que con la vacuna ya hay un nuevo horizonte y que pronto todo el mundo va a volver a la normalidad”
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