Las personas que recién comienzan la conquista amorosa están atentas a captar señales del otro, específicamente señales de alarma. Se habla mucho de narcisistas, psicópatas, toxicidad, histeria, inestabilidad; hay tanto término psicopatológico en el lenguaje que cualquiera con unos pocos datos puede determinar las conductas ajenas y hasta algunos se animan a hacerlo con las propias.
Las redes difunden comportamientos problemáticos vinculares que, en el mejor de los casos informan y, en el peor, generan miedo a la expresión amorosa y sexual por temor a fallar. Este estado de creencias o de conocimiento previo provoca una reacción anticipatoria con el fin de actuar con precaución para no frustrarse luego.
Lo que antes era el amor a primera vista, el flechazo, lo espontáneo de un encuentro, hoy se ha convertido en una serie de conductas de atracción y rechazo cuando se capta algún dato peligroso del otro. El cortejo amoroso es el resultado de una imagen previa, construida por creencias, recomendaciones, temores y un estado de alerta, de radar, para detectar los rasgos problemáticos o que el otro descubra los propios.
En un principio se busca captar la atención, señalar la presencia física: “Aquí estoy”, para que te des cuenta de que te estoy mirando. Además, se pretende demostrar inocencia y familiaridad (dada por rasgos afines: simpatía, sencillez, estatus, inteligencia, poder, etcétera). Finalmente, indica interés y la predisposición sexual de acuerdo con el sexo con el que se identifica.
En esta primera fase que sirve para decir “aquí estoy” ya aparecen los clásicos pensamientos críticos. Como aún no existió contacto todo es registrado y analizado por la racionalidad. Es posible que esta fase haya sido precedida por el contacto virtual (Apps) lo cual también aporta datos de para esas primeras líneas de conexión.
Tanto en lo presencial como en lo virtual es necesario decir “aquí estoy” frente a otros que seguramente están en la misma condición de competir, sobre todo si en el perfil suma likes o si tiene fama de “ganador”. Decir “aquí estoy” implica asumir la actitud de destacarse entre tantas opciones que imagino que el otro tiene.
Las personas en esta primera etapa se cuidan de lo que dicen, muestran su mejor versión (y sus mejores fotos), pero no dejan de lado la inquietud de darle importancia a aquellos primeros “ruidos”. Lo que antes hacía la intuición, hoy el pensamiento es el que dice: “tiene cosas que me atraen, pero hay otras que me hacen ruido”.
Después de detectar la presencia del otro, comienzan a acercarse y al mismo tiempo, la vigilancia interna comienza a buscar datos corporales, gestuales, la forma de andar y de seducir, y lo mismo se hace extensivo a los datos que aporta el entorno, ejemplo grupo de amigas/os. Los modelos hegemónicos de belleza hacen su aparición con el fin de evaluar si es factor de atracción o si presenta alguna característica especial que lo diferencia. La forma de vestir acompaña a la atracción y aparecen prejuicios de clase que etiquetan a las personas.
Se Inicia la conversación con las consabidas preguntas: nombre, edad, lugar, intercalados esos datos con “cómo estás”, “venís siempre aquí”, “te copa la música", etc. La interacción en esta etapa trasmite información personal y además se quiere saber cómo están en ese momento. El contacto corporal (caricias, besos) ayuda a completar la idea que nos hacemos del otro, y, en muchos casos, lo que el cuerpo trasmite, dejan de lado los pensamientos negativos que habían aparecido en un principio.
Superada la etapa de conquista, no tiene que pasar demasiado tiempo para que las parejas empiecen a mostrar sus afinidades y discrepancias. No solo la atención está puesta en disparidades ideológicas, sino en las expresiones de control sobre la vida del otro.
1) Demandas de atención. Aun en la etapa previa al noviazgo, el “estamos saliendo”, la necesidad de que el otro esté presente cuando uno lo desea, se convierte en un problema. Existe una idea preconcebida de que “si empezamos a salir debemos estar conectados para fomentar la relación”. Con esta idea, la ansiedad por saber del otro domina la situación y se hace difícil dominar el impulso por llamar, enviar mensajes, y obtener una respuesta rápida.
2) Reclamos. Como consecuencia de lo anterior vienen los reclamos “te llamé y no me contestaste” “me clavaste el visto, no me respondiste y estuviste en línea todo el tiempo”. Los reclamos son tan nocivos que van quebrando la relación, sin embargo, muchas parejas, con tal de no ceder, los mantienen por largo tiempo hasta el límite de tolerancia.
3) Celos. Una de las emociones más molestas (incluso para las persona que lo siente) y más perturbadoras para la relación. Hoy en día, con las aplicaciones, están en su máxima plenitud. Ver (o buscar) un like extraño en el perfil del otro ya genera preguntas y miles de conjeturas. Revisar el teléfono, preguntar las claves, es moneda corriente, a pesar de que los dispositivos son parte de la privacidad y no se debería cederlos para la pareja lo revise.
4) Disponibilidad. En el otro extremo nos encontramos con personas que están siempre dispuestas, para encontrarse, para responder mensajes, para tener sexo, etc. La disponibilidad incondicional puede ser una postura que obliga al otro a estar a la altura “si siempre que lo llamo está, yo debería hacer lo mismo”.
5) Ocultamientos. No revelar datos puede tener diferentes connotaciones: “No digo porque tengo miedo a perderlo” o “no digo porque es un dato muy personal”. Las parejas que han tenido historias previas revelan datos generales, pero no profundizan en el tipo de relación, excepto cuando han sucedido situaciones de violencia y es una manera de prevenir futuras reacciones “esto no lo quiero volver a vivir”. Hay ocultamientos de abusos, de abortos, de infecciones de trasmisión sexual, de prácticas sexuales, etc.
6) Rigidez. El pensamiento esquemático, inamovible, la perfección, la mezquindad, la dificultad para expresar las emociones, la necesidad de que todo debe ser controlado, medido, son rasgos obsesivos que tienen un alto impacto, sobre todo si la pareja gusta de lo espontáneo, de lo imprevisto, del disfrute. Las personas con estos rasgos rígidos se vuelven repetitivos y aburridos, no salen de su marco de acción.
7) Mentiras. Mentir no es ocultar, mentir es cambiar intencionalmente una realidad por otra. Hay mentirosos que no pueden dejar de hacerlo, sin embargo, hay otros tantos lo hacen para no provocar un conflicto mayor (“ojos que no ven corazón que no siente”). La conducta mentirosa aumenta la necesidad del otro de controlar con el fin de “saber” la verdad.
8) Críticas. “Vos nunca me valorás”, “para mí siempre la vara alta, para los demás, no”. Las criticas van directo a la estima de la persona que la recibe. El que critica siempre ve lo que falta y no lo que hay, son exigentes y nunca reafirman el deseo del otro, por el contrario, lo cuestionan.
9) Aislamiento. Cuando un miembro de la pareja gusta de la soledad, del poco contacto social, y el otro no. La pandemia dejó la necesidad de quedarse y disfrutar de un delivery y una peli en vez de salir (sumemos el tema económico). En un principio, puede ser muy romántico estar tirados en un sillón degustando un helado y mirando una peli, pero con el tiempo se instala la necesidad de salir del encierro.
10) Problemas sexuales. Las dificultades en las diferentes funciones sexuales (deseo, lubricación, erección, eyaculación, orgasmo, dolor) pueden aparecer al principio o a lo largo de la relación. Es frecuente que la persona que ha tenido un problema se esfuerce por no volver a tenerlo y falle en el intento.
Ni la ansiedad ni la presión por rendir ayudan. Si la pareja es colaboradora, ayuda a darle lugar a otras prácticas disfrutables (prolongar el juego, sexo oral, uso de juguetes, etc.) y si se muestra comprensiva, el problema encuentra la mejor respuesta para desaparecer. Diferente es cuando la pareja no colabora, hace gestos de malestar, corta la situación sexual, o se predispone mal para futuros encuentros.
La poca tolerancia y la susceptibilidad para captar señales de peligro está siendo una regla. Hay ganas de enamorarse y de formar pareja, más nadie escapa al radar que detecta datos que podrían ser peligrosos para la vida personal.
El otro puede convertirse en un obstáculo para el desarrollo propio (trabajo, estudio, progreso) y además, el tiempo con el que se cuenta para estar con la pareja es menor, tanto que, cuando alguien está muy disponible, es motivo de sospecha (de qué trabaja, es un mantenido, debe tener algún problema que no trabaja, es un vago, etc.).
Qué difícil se hace logar algún equilibrio entre el deseo de estar en pareja y mantener los deseos personales. Sin duda, algo que hay ceder de ambas partes. Todo no se puede. Si estoy seguro de que la susceptibilidad en las relaciones puede convertirse en una defensa para el no compromiso.
No dudo que existen conductas demandantes, de control, que merecen un ajuste que solo se logra con la comunicación. También sé que la permanencia de estas conductas en el tiempo es extremadamente nociva y hay que saber cortar cuando la comunicación no logra ningún acuerdo.
*Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo
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