En un panorama repleto de producciones audiovisuales, muchas personas siguen eligiendo los policiales y los documentales sobre crímenes reales o asesinos seriales. Esta preferencia no es casual y tiene múltiples explicaciones psicológicas y sociales.
Mientras la oferta audiovisual se multiplica, un público fiel sigue inclinándose por las historias de crímenes reales, asesinos seriales y thrillers policiales. Esta elección no es casual: estos contenidos despiertan una mezcla de curiosidad, tensión y necesidad de entender lo incomprensible.
Ver este tipo de series activa una suerte de “simulacro emocional”: experimentamos miedo, ansiedad o suspenso en un entorno seguro, sin consecuencias reales. Así, el cerebro ensaya cómo reaccionaría ante situaciones de peligro, lo que genera una sensación de control y preparación.
A esto se suma el componente lúdico de resolver un caso, identificar al culpable antes del final o analizar el comportamiento de los personajes. Para muchas personas, ver este contenido no es solo entretenimiento: es un desafío mental que estimula la lógica y la atención al detalle.
A pesar de los mitos, disfrutar de series sobre crímenes no significa que tengas tendencias violentas o psicopáticas. Según la psicología, el interés por estos temas refleja una mente analítica, reflexiva y con curiosidad por la conducta humana.
Este tipo de contenidos refuerza valores como la justicia, la empatía y la indignación ante el mal, ya que la conexión suele darse más con las víctimas o los investigadores, y no con los criminales. Sentir satisfacción cuando se resuelve un caso es parte de esa reafirmación moral.
Además, el estudio de la mente criminal ha sido clave para avanzar en la prevención del delito, y el consumo de este tipo de historias también puede entenderse como una forma de aprender y comprender mejor el mundo que nos rodea.
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