Este domingo por la mañana, una escena llamó la atención en la costa del arroyo: alguien dormía bajo un eucalipto, sobre el pasto, a plena vista de quienes paseaban por allí. El sol pegaba fuerte, el viento se movía inquieto entre las ramas, pero nada parecía importarle a esa persona que seguía en su descanso.
Muchos pasaron sin mirar. Otros miraron sin detenerse. Y algunos se quedaron con esa imagen dando vueltas en la cabeza. Porque más allá del impacto que provoca, lo que aparece es una pregunta que incomoda: ¿Cómo puede ser que todavía haya gente durmiendo en la calle, en una ciudad como esta?
No se trata sólo de una escena triste. Es un reflejo de algo más grande, más profundo. Un recordatorio de que la crisis habitacional no es un problema lejano. Está acá, entre nosotros, en silencio, escondida detrás de la rutina.
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