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Cinco escapadas por pueblos bonaerenses hermosos y solitarios

Algo en común tuvimos este año: todos pensamos en un plan de escape que nos permitiera alejarnos del encierro y de una realidad que nos agobió. El año 2020 fue el año en que el mundo se detuvo.

Con el correr de los meses, el deseo de esas escapadas soñadas fue creciendo. El imaginario se apoyó en lugares apartados, rincones desconocidos, caminos sin tráfico y espacios amplios donde podamos recuperar todo lo que hemos perdido, la libertad, el encuentro alrededor de una masa, la necesidad de expandir la vista hacia el horizonte interminable.

Viajo hace más de 15 años por los lugares que hoy son deseados y que se buscan para regresar a las ceremonias más humanas: el disfrute de los silencios naturales, una caminata al aire libre, en playas solitarias o conectarse con la magia de las viejas pulperías donde aún es posible emocionarse frente a un mostrador esperando la carne asada al rescoldo, la familiar sobremesa bajo las sombras de añosos árboles. "Todavía acá podemos hablar y mirarnos a los ojos", me aseguró Pedro Meier, el último y único habitante de Quiñihual, al frente de su legendario almacén de ramos generales, que conforma el arquetipo de este resistente territorio donde todavía la felicidad se consigue con poco.

¿Cuáles preguntas nos formulamos este año que parecían no tener respuestas? Algunas se repitieron en loop. ¿Cuándo volveremos a viajar? ¿Cuándo regresaremos a las rutas? A principios de la pandemia, hallé la manera de contestarlas: escribir un libro que pudiera recomendar los mejores lugares que he conocido en mis viajes por los caminos del silencio de una provincia de Buenos Aires olvidada, aunque muy rica en humanidad y entornos naturales.

Personajes y lugares

Dar vuelta el mapa, dejar de lado el asfalto, las ciudades, los peajes y aglomeraciones para dejar sólo los pequeños puntos, las huellas de tierra, esos invisibles espacios donde la vida se expresa en su estado puro. En los viajes por estos caminos hallé una constelación de personajes y lugares que viven pendientes más del cielo que de las pantallas. Un mundo sin señal telefónica, ni Internet, donde los posteos son las conversaciones que se oyen en las mesas y mostradores de apacibles almacenes de ramos generales.

Desconocida Buenos Aires, Escapadas Soñadas (Editorial El Ateneo) es el resultado de esa búsqueda. También completa una trilogía que lo anteceden dos libros que penetran en territorio inexplorado por la modernidad: la de los pequeños pueblos y parajes mínimos, Desconocida Buenos Aires, Secretos de una Provincia y Desconocida Buenos Aires, Historias de Frontera. Las contraseñas para ingresar a estos universos son simples: aceptar el paso lento del tiempo, regresar a los saludos, los buenos tratos, el saber oír. La reconquista de aquello que nos forjó como sociedad.

Muchos mundos

La provincia de Buenos Aires tiene varios mundos, que se van develando mientras se cruzan sus distintas regiones. Aquel mapa interior, o lo que vive tierra adentro, tiene sus códigos propios. A lo largo de todos estos años me crucé con personajes que parecen salidos de una ficción, como Anibal Zorn, el único habitante Mapis que tuvo un televisor, lo encendió y lo regaló: "No encontré nada entretenido para ver". O don Pablo Novak, que vive en las ruinas de la villa Epecuén, "¿Cómo irme de estas ruinas si acá tengo mi vida?" O Sonia Ilgner, artista plástica, una de las 50 habitantes Los Pocitos, el pueblo que vive de la cosecha de ostras, a orillas de mar argentino en la Patagonia bonaerense. "Estoy en mi paraíso, venirme a vivir aquí, me hizo feliz", dice.

El libro contesta las preguntas que nos hicimos en nuestros meses de encierro, pero también recomienda los caminos y destinos que siempre han buscado aquellos enamorados de la tranquilidad. Sus respuestas están en las más de 400 páginas que sugieren recorridos por un mapa que ha permanecido adormecido, puntos perdidos en la cartografía bonaerense donde se nos es dado disfrutar de hospedajes, comedores, pueblos y sabores que resumen la identidad pura de la vida rural.

Para aquellos que desean abandonar la ciudad, constituye un manual imprescindible de posibilidades, de atajos para acelerar la búsqueda y definir la decisión de escapar definitivamente del cemento. Contiene mapas con ilustraciones de aquellos destinos sugeridos. Información directa, teléfonos y direcciones de todos los emprendimientos.

¿Necesitas reservar mesa en una pulpería? ¿En un comedor de campo? ¿Resolver el hospedaje en un pueblo perdido? Todos estos datos, siempre tan difíciles de mensurar y hallar, configuran uno de los elementos más dinámicos de esta guía de historias y servicios. De alguna manera quise hacer el libro que todo viajero quiere tener y consultar.

La inmensa extensión de este mapa desconocido está dividida en cinco rutas. Pietro Sorba -periodista y escritor, gran viajero y conocedor de los caminos de tierra,- es el encargado del prólogo. A continuación, un guía de cinco escapadas soñadas

Rutas del Norte

Refugio de Aristas, Almacén Espora. Un sueño cumplido. Se trata de un almacén que fue el punto de encuentro de este pequeño pueblo del Partido de San Andrés de Giles. Estuvo cerrado muchos años. Claudio Mateo vivía en Belgrano y lo compró. Muchos de sus amigos son artistas, y cada uno fue incluyendo un cuadro, una escultura, una señal de arte en las paredes. Esta energía trajo a otros artistas. El lugar abre los fines de semana. Comida criolla, bohemia rural. Almuerzos y cenas al aire libre, las noches son mágicas. Los silencios, abrazan.

Rutas del Centro

Pardo, el pueblo donde veraneaban Borges y Bioy Casares. La familia del segundo tuvo se estancia Rincón Viejo. Ambos escribieron allí, durante varios veranos. Borges iba todos los días al almacén Lo de Lamaro para hablar con su madre. El almacenero que lo atendía aún está detrás del mostrador. Cuenta anécdotas del genial escritor. El pueblo, de 200 habitantes, lo tiene todo. Un hotel boutique, una pizzería con fotos de los dos escritores, que son muy recordados. El vivero Flores de Las Flores, el almacén de Clara donde se consigue desde ropa hasta verdura orgánica, las mermeladas artesanales Stella Maris y el complejo de Eco Turismo Yamay, donde se invita al astroturismo y a descansar en casas de adobe y glamping en yurta.

Rutas de las Sierras y la Llanura

San Andrés de la Sierra. Aldea serrana. Cabañas La Rueca. Apenas 20 familias viven a los pies del cordón serrano de la Ventania, es un pueblo en formación. El contacto con la naturaleza es total y directo. Los vecinos eligieron no tener luz de alumbrado público. Las estrellas y las luciérnagas, de noche, iluminan las recoletas callecitas de tierra. Una familia del conurbano, dejó aquella vida y se instaló aquí. Hicieron su hogar y comparten su felicidad en un complejo de cabañas con vista directa a las sierras. La invitación es a la contemplación. Caminar, detenerse en el vuelo de las aves. Aventurarse a los senderos serranos, descubrir vertientes y ollas naturales de agua cristalina. La clave: dejarse llevar por el ritmo de vida campestre, y las delicias caseras que se ofrecen al comienzo del día, cuando el rocío refleja la primera luz.

Ruta Pampas, Cerros y Mar

Los Ángeles, parador El Vasco Beach. Necochea se adjudica tener las mejores playas del país. Es cierto. Los puristas encuentran la perfección en este pequeño pueblo marítimo de 20 habitantes donde se unen el espíritu del campo con el mar. Es común ver vacas pastando con el mar -de un azul patagónico- de fondo. Un caserío se recuesta sobre los médanos. El diseño de la comarca es pintoresco. En el extremo de la bahía, un solitario parador es la única presencia humana. Pablo Zapiain lo atiende. Ofrece comidas y bebidas frescas, pero además un deck con vista panorámica a la soledad del mar. No se necesita mucho más. La actividad se resume a bajar a la playa, sentir el lenguaje del mar, regresar al deck y esperar que la tierra gire sobre su eje hasta ver caer el sol, asimilando todos los silencios y la belleza.

Ruta Puerta de la Patagonia

Balneario La Chiquita, la playa más solitaria del sur. El partido de Villarino está a las puertas de la región patagónica. Este balneario está habitado por cuatro personas que se animan a pasar todo el año aquí. Es agreste, salvaje y natural. Se cuida el agua como si fuera oro. Los teléfonos dejan de ser elementos útiles para convertirse en cámaras de fotos. Cero señal. Desconexión total. Más de 20 kilómetros de playas vírgenes que culminan en la Caleta Brightman, donde un melancólico faro ilumina esta costa olvidada y los sueños de los que se acercan a este paraíso. El agua es transparente, suave su desnivel. No hay red de electricidad, pero en cambio, la luna nace desde la costa, surreal. Arenas de Rehue es el hospedaje que eligen los peregrinos que visitan esta recóndita postal en movimiento.

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