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El "ángel" que camina desde hace 40 años por Olivos y Martínez ya no duerme en la calle

Podría llamarse Vicente y los vecinos de la zona norte del Gran Buenos Aires aseguran que es un "ángel". Crecieron viéndolo caminar por sus veredas sin nunca pedir nada. Infobae contó su historia hace seis meses y hoy la solidaridad de aquellos que lo conocen logró reunirlo con su familia, que le festejó sus 86 años

En el barrio todo el mundo lo conoce. Flaco, de paso elástico, pelo suelto y barba larga, camina incansablemente. El saco sobre los hombros y una bolsa entre los brazos, desde hace años forma parte del paisaje.

Tranquilo y esquivo, sólo se detiene para sentarse en algún muro y leer. Casi siempre, un diario.

Y cada vez con más dificultad. A veces, ayudado con una lupa.

Sí, los vecinos de una gran zona -Vicente López, Olivos, Florida, Munro, La Lucila, Martínez- lo conocen. Porque por sus calles ha caminado desde hace casi cinco décadas.

¿Dónde duerme? En la calle. A lo largo de los años, en diferentes lugares: un galpón, la entrada de un garaje, un lavadero de autos… En los últimos tiempos, en el umbral de una fábrica, en la calle Santiago del Estero a metros de la Avenida Fleming, en Martínez. Cubierto con una frazada, y con un plástico en las noches de lluvia.

¿Cómo se llama? Cuando a principios de año contamos su historia, optamos por llamarlo "Vicente", que es como le dice la mayoría. Aunque sabemos que no es su verdadero nombre, como tampoco son ciertas algunas leyendas sobre él y su vida.

Al menos, no lo es el reiterado relato que sostiene que se trata de un eminente cirujano. Y que perdió la razón cuando su esposa murió en el quirófano en el que él mismo la estaba operando.

Una vez, después de muchos años de intentar hablar con él (realmente, muchos años) me dijo:

-Tengo una fobia, no puedo estar en un lugar cerrado, necesito caminar y vivir al aire libre…

Ese fue el principio de un contacto que se fue haciendo más fluido a través del tiempo.

Y pude descubrir lo que otras personas también fueron comprobando: "Vicente" no dramatiza su situación, no se tiene lástima, no pide.

Sorprende por su manera de hablar, por la precisión de su lenguaje pero especialmente por su respeto. Escucha atentamente, se interesa por lo que dice el otro.

Jamás reclama y es muy raro que acepte la ayuda que se le ofrece. Ni dinero ni ropa ni comida. Con el tiempo aprendimos que es un ejemplo vivo del desapego, que no tiene interés en acumular, que sus pertenencias se reducen a lo que lleva puesto.

No fuma, no bebe, es pacífico. Y a medida que pasaron los años, casi tres generaciones que lo han visto coinciden en denominarlo como "el ángel del barrio".

Vanina dice: –Es un ser de luz…

Nanu N. coincide: –Siempre está igual. ¿Será un ángel?

Lo mismo que Karina P.: –Es un ángel…

Ninguna de estas personas se conocen entre sí.

Hay más. Laura M. lo define así: –Es nuestro ángel de la guarda. Está siempre ahí por donde vayas.

Déjenme que agregue el testimonio de Elena M.: –Es un ángel que da paz al hablar con él.

Y este otro, cargado de emoción, de Silvia B.: –Mi mamá decía que era un ángel…

Coincide Teresa R.: -Es un ángel que pasa…

Pero esta visión amable y cordial se fue haciendo añicos cuando la realidad marcó la llegada del otoño. Abril fue un mes de muchas lluvias. Y "Vicente" debió afrontarlas durmiendo cada noche en la calle.

Entonces, un grupo de vecinos se decidió a hacer algo. Pero, ¿hasta qué punto eso no era invadirlo? Ese respetable propósito solidario, ¿no desconocía su derecho a vivir como él eligió?

Respetuosamente, con delicadeza, se fueron sumando las iniciativas.

Mirta, que vive muy cerca del portal en el que "Vicente" pernocta, le acercó una frazada. Y para neutralizar su descontado rechazo le dijo:

-Usala cuando quieras y si te molesta volvé a dejarla en mi casa…

La aceptó.

Verónica atiende un kiosco. Ella y su amiga Nati decidieron acercarle todos los días lo que para él es un manjar: una empanada o un sandwich, y una gaseosa.

Se acostumbró a recibirlo.

Consu le ofreció que cuando quisiera pasara por su casa para tomar algo caliente.

Lo hizo.

Marisa le preparó ropa de abrigo.

No se negó.

Una maestra jubilada le facilitó la posibilidad de ducharse en un Centro Misional.

Se lo vio por ahí.

De a poco, se fue formando una red de personas que nunca se habían tratado. Y que en algunos casos sólo tomaron contacto en un grupo de WhatsApp, sin conocerse personalmente.

Alguien lo convenció de ir a un asilo, para iniciar el trámite de internación. Una decisión riesgosa, porque al no haber un vínculo familiar se podía asumir una responsabilidad errónea.

¿Y la familia? ¿Tenía familia el ángel?

Se pudo hacer una averiguación. Y se comprobó que sí hay una familia, que vive con dolor el estado de "Vicente". Porque más de una vez fue rescatado de su situación pero al poco tiempo decidió escaparse de su casa en un pueblo bonaerense y volver a la calle.

De todas maneras, la delicada decisión de alojarlo en un establecimiento apropiado no se pudo concretar, porque cuando fue a ver el lugar se rehusó diciendo:

-Esto es muy lujoso. Demasiado para mí.

Se le ofreció dormir en un auto en desuso, pero tampoco aceptó.

Hasta que el 3 de mayo empezó a crecer la inquietud: "Vicente" no estaba en ningún lado. No se lo veía caminar por sus recorridos habituales y tampoco dormía en el umbral de siempre. Los vecinos empezaron a andar en uno y otro sentido por las calles del barrio, pero no lo encontraron. Alguien pensó en hacer una denuncia policial de paradero, pero el 6 de mayo Consu grabó en el grupo:

-Hablé con Astrid. Me dijo que había llamado a la casa de la hermana para ver si sabían algo. Resulta que "Vicente" está allí. Parece que como no ve bien se cayó en una calle mojada, se lastimó y un vecino que se llama Raúl lo hizo curar en el Hospital. Y después lo convenció de llevarlo a la casa de las hermanas.

Efectivamente, a una hora y media de la ciudad de Buenos Aires, "Vicente" estaba con su familia.

Y mientras en Olivos y Martínez seguían las lluvias y bajaba la temperatura, el caminante se resguardaba bajo techo, en un lugar cálido física y emocionalmente.

Pocos días después, el 28 de mayo, hermanos y sobrinos le festejaron sus 86 años. Y no sólo ellos: algunos vecinos del barrio viajaron especialmente para saludarlo. El ambiente fue el más propicio para conocer la noticia: ya tenía fecha para operarse de cataratas.

La intervención estaba pactada para el sábado 29 de junio. Y se había pagado anticipadamente.

Recuerdo que cuando lo llamé para desearle feliz cumpleaños me dijo algo que me inquietó:

-Don Lagos, extraño mi lugar…

-Pero ni se le ocurra venirse otra vez, mire que está haciendo mucho frío.

-Don Lagos, ya pasé tantos inviernos, uno más no me va a hacer nada.

A mediados de junio, "Vicente" empezó a sentirse incómodo. Estaba irritable, algo raro en él. Y le pidió a su hermana que llamase a Raúl. Se quería volver.

Allá fue Raúl, otra vez, junto a su esposa Mónica. Entre ellos y la familia convencieron a "Vicente" de establecer un pacto: lo traían al barrio otra vez, pero él se comprometía a regresar para operarse en la fecha prevista.

-¿Es cierto que usted trabajaba de mozo en un barco mercante? ¿Y que una vez, al regresar de un viaje, encontró quemada la casa en la que vivía con su esposa y un hijo?, le preguntamos. “Esas son cosas que se dicen”, respondió

Cuando regresó, otra vez se puso en acción el grupo de vecinos que se autoconvocó en los últimos meses. Mirta, Vero, Consu, Nati, Marisa… Quizás algunas personas más, que también le dieron su ayuda solidaria. Y todos pendientes de ese acordado regreso, para operarse.

El domingo 23 de junio estuve con él. Caminábamos por una vereda del barrio bordeada de naranjos y una vez más me sorprendió con sus reflexiones:

-Las Naciones Unidas deberían modernizarse. Tendrían que hacer un fondo común con alimentos que los países no usan o desechan. Mire todas estas naranjas. Aunque no sean comestibles se podrían usar para hacer dulce. Dicen que las cáscaras se utilizan en la industria cosmética. Hay lugares en el mundo que no tienen nada.

Sentados en un 24 horas la infaltable gaseosa nos permitió extender la charla. Me dijo que estaba muy ilusionado con la operación, porque quería volver a leer como hizo siempre. Usó a menudo una palabra con la que expresa su admiración o su entusiasmo por algo: fantástico. Y apenas entornó sus ojos profundamente celestes cuando quise desentrañar su historia:

-¿Es cierto que usted trabajaba de mozo en un barco mercante? ¿Y que una vez, al regresar de un viaje, encontró quemada la casa en la que vivía con su esposa y un hijo?

-No, Don Lagos, esas son cosas que se dicen.

Nos saludamos con un abrazo. Sin aceptar sugerencias en contrario, se fue a dormir a su portal.

Un par de días después, luego de una lluvia atroz, fue a la casa de Raúl. Cumplió con su palabra. Volvió a la casa familiar y el sábado 29 de junio pasado se operó de cataratas. La hermana Aurelia, que es nonagenaria y lo adora, me dijo:

-Se quiso operar primero del ojo derecho. Y ahora ve mucho mejor. Igual le dijeron que no esfuerce mucho la vista, pero él quiere leer. Ya el médico le dijo que dentro de unos meses le va a operar el otro ojo. ¿Y sabe qué? En la clínica me mostró que tenía en el bolsillo una estampita de Jesús Misericordioso que yo le regalé hace muchos años.

Después de una vida en la calle, "Vicente" está fascinado por la televisión. Para mimarlo un poco más, un hermano acaba de regalarle un aparato nuevo.

Quizás sea una ayuda para que el eterno caminante, el ángel, decida quedarse en la casa familiar, en su pueblo.

No lo sé. A lo mejor un día de estos tiene ganas de volver.

Mientras tanto, mañana viernes algunos vecinos del barrio van a viajar para saludarlo. Lo extrañan.

Por mi parte, ya le avisé que espero que se quede allí, porque voy a pasar la Nochebuena con él y su familia. Quizás no sea el único que viaje.

El ángel del barrio logró que un puñado de personas recordemos que somos prójimos.

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