• nubes
    15° 26 de Abril de 2024
pansexualjpg

Exacerbación de las diferencias

Orlando Yans Por Orlando Yans | 16 de Agosto de 2018

No somos ni seremos lo mismo. Hombres y mujeres pertenecemos a un género diferente pero nos movemos bajo un mismo paraguas de normalidad. Un paradigma en el cual los hombres dominan. No cualquier hombre, sino los hombres blancos, católicos, profesionales, sin discapacidad aparente, con solvencia económica y heterosexuales. Nosotros –los hombres– imponemos las reglas. Así desde siempre.

¿Así por siempre?

No voy a aportar nada nuevo, pero entre hombres y mujeres existen también diferencias, algunas notorias. Por ejemplo: los hombres no podemos gestar personas. Las mujeres, por caso, tienen mejor visión periférica y duplican la posibilidad de sufrir incontinencia urinaria. Los hombres son menos propensos a padecer mareos… Y cosas por el estilo. Sin embargo hay innumerables cuestiones que nos igualan: la risa, las emociones, el respeto, las contradicciones, el amor, el placer, la búsqueda de conocimiento… Hombres y mujeres somos primero, en ese sentido y para simplificar, una construcción biológica. Después de respirar, estirar los miembros, acomodar los huesos, derivamos en una edificación social y cultural. Ese eje nos separa.

Al mundo que habitamos lo construyó el hombre. Erigió incluso la forma de comunicarlo porque creó el lenguaje como una manera de narrar, de transmitir, de generación en generación, sus “valores”. Esta compleja construcción histórica exalta lo físico, la fuerza, la belleza, el trabajo, el poder; y establece, de paso, un rol para la mujer: ennoblecerse por el instinto maternal, por el cuidado de los niños, de la familia y la ternura que debe irradiar. Y aquellas que no cumplan con tan nobles requisitos deberán dar explicaciones a su inmediato superior. Su marido, por ejemplo. Por el contrario, al hombre le basta con estar dispuesto a enfrentar peligros, a conseguir comida, a combatir enemigos, a conquistar hembras, a pelear con quien lo provoca y con quien lo desafía. A las piñas, con guerras, con asesinatos despertará admiración en el otro.

Por fortuna los años se suceden y algunas sociedades evolucionan. La cultura le ha ganado la batalla a la religión –al menos en occidente– y por eso progresa. Sin dogmas somos más libres. Podemos cuestionar, preguntar, dudar… De esa forma lo concreto abandona su condición, lo inalterable se altera y en cada avance se rompe una tradición, se produce una grieta y tras ella la modificación conceptual de la mirada colectiva. Y esas nuevas miradas abren paso a nuevas conductas. Así el hombre abandona lentamente el concepto de amo y la mujer se corre del sumiso papel asignado. Conceptos como igualdad salarial, de género, equivalencia política, familiar y social… comienzan a hacerse visibles y a encontrar sentido.

La condición dominante no quiere ceder. Resiste los cambios. No podía ser de otra manera. No es difícil diferenciar a los defensores del tiempo despótico de quienes aportan granitos diarios de arena para que el mundo modifique sus injustas reglas de juego con/contra las mujeres. Quienes desafían los cambios aferrados a oscuras tradiciones suelen convocar a la violencia para impedir el avance. Recurren a agravios, a golpes y hasta asesinatos porque, según ellos, la mujer ya no obedece, desafía y ha perdido su antiguo candor. Argumentarán, asegurarán, jurarán que el castigo ha de ser justificado, que por algo habrá sido, que por insolente, que por puta, que por mal cogida o que ella le ha sacado lo peor de sí. Con un baúl repleto de coartadas histórico/religioso arremeten. Entonces el insulto. Y si el insulto no alcanza, el grito y la amenaza; y si no funciona, el cachetazo correctivo, y después un golpe, o dos, o una paliza. Y si todo eso no surte efecto, el fuego. Y si con eso no basta, la muerte. Y se acabó.

La historia explica pero no juzga. Los que juzgan son los hombres con su varonil justicia. La historia, a decir verdad,  tampoco comanda cambios. Son las personas quienes encabezan las rebeliones. Lo que hace la historia es recitarnos, a la medida del historiador, hechos del pasado más o menos tergiversados. Nada más. Y el pasado, por definición, muere a cada rato. Y nacen, por consecuencia, tiempos nuevos. Cambios. Más cambios. Cambia la mirada del hombre hacia la mujer porque primero la mujer cambió la mirada hacia ella misma. Cambia su conducta. Exigen más y el mundo, por fin, escucha. Y al escuchar acepta.

Estamos gobernados por tradiciones y dogmas inexcusables. Nos persiguen ideas antiguas que nos han llevado a guerras absurdas. Doctrinas que no quieren ser interpeladas y un masculino sistema político que recién ahora, a regañadientes, intenta compartir su podio. Vivimos en un mundo con religiones fanáticas que niegan la crisis de su paradigma y expulsa a la mujer de los ámbitos decisorios por considerarlas inferiores. Instituciones políticas que las miran de soslayo. Empresas que prefieren empleados porque no se embarazan, no menstrúan y no faltan si sus hijos levantan fiebre. Un mundo acomodado para nosotros, los hombres, donde cada cosa está en el lugar que nosotros, los hombres, designamos. 

La lucha es para que el fin se aproxime.    

Si todavía no recibís las noticias de PRIMERA PLANA en tu celular, hacé click en el siguiente enlace https://bit.ly/3ndYMzJ y pasarás a formar parte de nuestra base de datos para estar informado con todo lo que pasa en la ciudad y la región.