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No todo está perdido

Por Guillermo Memo García Por Por Guillermo Memo García | 7 de Noviembre de 2022

Cada 7 de noviembre, desde hace 84 años, se festeja en la Argentina el Día del Periodista Deportivo. Y poner sobre la mesa todos los males del periodismo deportivo de la actualidad es de forma inevitable hacerlo de muchos de los trastornos que exhortan al periodismo en general.

Los avances en el plano digital hacen la información instantánea. El hecho, al mismo tiempo que ocurre, se comunica y extiende desde múltiples focos con suma velocidad, lo que a veces provoca que la inmediatez prime sobre la calidad.

La información como tal dejó de resultar imperio de unos pocos que monopolizan su transmisión a través de unos contados medios como en las décadas anteriores. Ahora los profesionales pasan a ser, en el mejor de los casos, un simple canal rutinario porque basta uno solo conectado con la fuente para que cualquier lector, oyente o televidente, sea capaz de acceder a ella.

Ante una situación donde lo informativo ya no es un rasgo de exclusividad periodística, especialmente en lo resultante al deporte donde el marco es más reducido y la mayoría de lo noticiable está previsto con fecha y hora, el mercado de la opinión comienza a hacerse vital.

El periodismo deportivo continúa sirviendo para informar, pero con una preponderancia de lo valorativo. El periodista ya no se limita a contar lo que pasa, también cuenta lo que le parece.

Los medios deportivos pasaron a convertirse en empresas de opinión y hasta podrían calificarse como catalizadores económicos.

Hay que ganar y hay que hacerlo vendiendo noticias y opinión, pero en tal tesitura de agresiva competencia empresarial deben buscarse mejoras de productividad a toda costa, aunque muchas acaben atentando contra los principios básicos del periodismo. Uno de los pilares es la obsesión de ciertos medios en adaptar su línea editorial a un colectivo concreto, a una determinada ideología, o en el caso del periodismo deportivo, a equipos de mayor convocatoria. Y para que esta resulte efectiva deban manipular la información con un esmalte valorativo, perpetuando una perspectiva interesada, para que esa audiencia potencial lea lo que quiere leer y oiga lo que le quiere oír, independientemente de cuanta verdad resida en ella.

El deporte, como simple espectáculo, como forma de ocio que el negocio llevó a la hipertrofia, posibilitó que el periodismo que lo cubre se frivolice y pervierta hasta niveles solo equiparables al del periodismo del corazón, inclusive explotando métodos de productividad sin límites.  ¿Es realmente posible otro periodismo deportivo de éxito? No lo sé. Pero recordar hoy a Horacio Abel Ayestarán o seguir escuchando a Fernando Pacini nos ilusiona a continuar creyendo que no todo está perdido. 

*El autor es periodista, integrante de PRIMERA PLANA y de RADIO MAS (FM 106.7)

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