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Atilio Saint Julién y una historia que desata otras tantas: “Ahora voy por los 90”

El “profe”, que el jueves cumplió 89 años, es un pergaminense de ley, que no nació en estas tierras. Un docente de rica trayectoria profesional, de una calidad humana admirable y de un trato muy particular con quienes fueron sus alumnos

Para 1930 Coronel Suárez no era aún una ciudad en los papeles, aunque la producción agrícola y ganadera le daba un crecimiento poblacional y social importantísimo en pocos años.

Hacia fines de ese primer año de la década, desde uno de esos pujantes campos llegaba al mundo el pequeño Atilio, hijo de Rosa Vhal (descendiente de alemanes); y de su esposo el descendiente de vascos-franceses, Faustino Saint Julién.

Era 26 de diciembre, ese día nacía -paradójicamente- a 505 kilómetros de nuestros pagos un pergaminense admirado y querido por todos. Ese día nacía Atilio Saint Julién quien hace algunas horas nada más estaba rodeado de afectos soplando 89 velitas.

El profe, que supo ser “El profe” en base a su formación, su conducta y su determinación para no ser sólo un habitante más de este planeta, tuvo en este año reconocimientos, agasajos que son ecos de otros que se fueron dando con anterioridad y que dejan a las claras que es ya una figura indiscutida de la ciudad. Él es consciente de ello, y sabe que sus logros están directamente vinculado a decisiones que desde muy temprana edad giraron en torno a la educación física como eje de su vida.

“Me inicié convencido de que tenía que ser profesor de gimnasia. En la Escuela de Comercio de Bahía Blanca, tenía un profesor que transpiraba educación física y no me dejó ir. Se llamaba Walter Gazzola, un gran tipo. Tuve una beca del Ministerio de Educación y estuve 3 años en el Instituto Nacional de Educación Física de San Fernando”, rememora ahora, tranquilo sin prisas, en una tarde húmeda de la ciudad que lo acogió desde los 23 años.

Las horas han transcurrido en la paz de la casa, desde el aniversario número 98 de su natalicio. La sonrisa constante, la mirada buena, la compañía estoica de María Felice Guagliardo son el transcurrir de sus días que se combinan a la perfección con algunas caminatas por el terraplén o por la peatonal San Nicolás, sitios en los que recorrer 100 metros le lleva horas porque a cada paso alguien dice “Profe! cómo anda?” para dar inicio de esa manera a charlas interminables del ayer, de hoy, pero sobre todo de mañana, que es el horizonte al que mira el bueno de Atilio.

Lejos de casa

“Nací en el campo, y a los 7 años tenía que ir a la Primaria así que nos fuimos a vivir a la ciudad, ahí comencé a conocer los principios de la educación física con un buen profesor como fue Máximo Morán Reyes” cuenta el Profe rememorando su infancia, etapa en la que ya la profesión que desarrolló en toda su vida, era lo central.

“Éramos cinco hermanos, fuimos 6, pero nunca nos pudimos sentar todos en la misma mesa, tuve una hermana de 2 años y medio, falleció muy joven. Y después vino otro que es el menor” cuenta a PRIMERA PLANA Atilio ese joven inquieto que desde los 13 años se fue a vivir al mundo, pero volviendo al campo para ayudar a su padre con las cosechas. El campo le gustaba mucho, siente que tal vez le haya fallado a su padre porque su vocación lo llevó lejos de las labores de la tierra.

La tarde cae lentamente en Pergamino, y Atilio se entusiasma con el relato que lo lleva a su infancia, nos cuenta que fue pupilo en el Don Bosco de Bahía Blanca: “Fue el encierro más lindo que tuve en mi vida”, dice entre risas y luego aclara “No había colegio secundario en Coronel Suárez, entonces a mi mamá se le ocurrió mandarme al Don Bosco. No aguanté más de dos años, dije basta y me fui a vivir a una pensión, así hice los otros 3 años como alumno regular. Terminé el secundario y fui inducido a hacer la carrera, anduve muy bien, yo le llevaba ventaja al resto por cuestiones de la vida, me había ido de mi casa a los 13 años y nadie me dijo cómo se hacía para vivir, fui siempre un autodidacta”, dice y ahí se hace visible ese primer gran alejamiento de la Capital Nacional de los Polistas, como se conoce a la ciudad de Coronel Suárez, seguramente por el impulso que diera a principios del 1900 el olímpico Manuel Andrada.

Irse de Suárez, irse de Bahía donde le tocó el Servicio Militar del que no pudo despegar porque los sorteos no lo favorecían, pero donde además conoció al amor de su vida. Hacia fines de 1949 llegaba María Felice Guagliardo para acompañarlo en cada aventura. “Luego de eso había que ir a Buenos Aires a hacer el profesorado, ¡fueron 3 años!”

PP: Atilio, ¿Cómo llegó la oportunidad de venir a Pergamino?

ASJ: A 2 meses de recibirme dirigentes de Gimnasia fueron al Instituto buscando un profesor de natación, para la temporada de pileta, era un trabajo de 3 meses. Primero iban a convocar a Aldo Bindón, un muy buen profesor que por ahí tenía poca presencia, no aceptó y ahí me mandaron a mí.

Era 1954, y la verdad es que hubo muchas casualidades para que pudiera llegar. Vine con toda la fuerza, tenía 23 años. Pero cuando pisé Pergamino estaba muy decidido a quedarme, aunque debo reconocer que algunos días tenía más ganas de irme que de seguir. No era nada fácil bancarse a todo ese club, gigante con 2800 socios. Fue un trabajo muy difícil pero la institución tenía algunos principios que eran muy aceptables, no tuve más que repetir los conocimientos que traía del Instituto.

Todo lo que pude hacer fue gracias a los dirigentes que tenía en Gimnasia en aquel momento. Eran espectaculares y daban respuesta inmediata a todo lo que yo les planteaba. Nunca me desoyeron y creo que no se equivocaron. Yo estaba en la pensión Rodríguez en calle Pueyrredón y pasaba por la escribanía de Tito Caracciolo y ya me decía todo lo que había que arreglar porque por la mañana estaba al tanto de todo, era exigente pero no se equivocaban. Todos, Luis Vidaurreta, José Pérez Ruíz, Cholo Ferreyra y Tito, eran tipos fantásticos. Los principios son lo más complejo de incorporar en una institución, aquí por suerte ya estaban,fue una facilidad muy grande porque llegué y comencé a aplicar todo lo que me habían enseñado… había cosas como que un menor de 18 años tenía prohibido fumar; tuvimos algún encontronazo, seguro, pero siempre fuimos progresando. Por ejemplo el club tenía una disposición en que había horario de pileta para hombres y horario para mujeres.

En un año lo hice cambiar, dejé ese tiempo porque los cambios radicales son siempre malos. Yo llegué y estaba solo, era muy exigente. Los chicos hacían natación 1 hora al día, pero algo que no servía para nada. Pero nos fuimos adaptando. Todo llevó su tiempo, a los 5 ó 6 años éramos 15 profesores; fuimos incorporando actividades a medida que se sumaba más gente al club. Lo que se estaba haciendo se estaba haciendo con buenas intenciones pero mal, jugaban chicos de edades diferentes muy mezcladas. Entonces comenzamos a organizarlo, yo iniciaba las actividades y luego poníamos un profesor y confiábamos en él. Así se fue incorporando gente muy valiosa que trabajaban a la par de uno. Fundamental la diferencia que había con los dirigentes, tenían otra visión, eran muy buenos. Terminé siendo muy amigos de todos ellos, pero amigos de juntarme con ellos y tomar una cerveza… y a veces dos.

- ¿María estuvo junto a usted desde el primer momento en Pergamino?-

No, ella pudo estar aquí dos años después, porque estaba en la pensión y me tenían que proveer la casa, me ayudaron mucho para poder lograrlo. Esos tiempos no eran fáciles, yo era muy joven y tenía mucha gente mayor sobre todo en básquet y se fueron muriendo todos. Así que fueron años de mucho trabajo por hacer.

La sola mención del básquet hace inevitable correr tras la naranja y conocer detalles de ese deporte que siempre lo tuvo como protagonista. Nos sorprende en la charla cuando dice que “A mí me gustaban otros deportes, del básquet tuve que ocuparme, estudiarlo, aprenderlo bien, leía mucho; tenía buena base porque los profesores del Instituto eran muy buenos. A mí me gustaba el softball, parecido al béisbol que también me gustaba mucho; me interesaba la gimnasia; y la natación ni hablar, por ello viene aquí. Yo vine por esos tres meses, pero me dije ‘esto es mío’ estaba decidido a hacerlo toda mi vida -sin vanidad, ni soberbia- yo siempre quise hacer de lo mío lo mejor, yo quería hacerme notar, y me fue bien”.

-El básquet igualmente fue muy importante en su vida profesional.-

Cuando me hice cargo de la Primera de Gimnasia, veía los partidos y era un ¡equipo de locos! se entregaban enteramente, pero de una forma muy agresiva, eran capaces de pegarle hasta a la madre. Por indicación de la Directiva al que le cobraban técnico se iba al banco.Y así lo modificamos, jugaban muy bien, no ganaban nunca porque eran medio bajitos. Dios me libre, ¡que equipo! Lechuga García Cano, un fenómeno; Fredy Fernández; Chalo Ricci; Cacho Sesca; son algunos de los nombres que ahora me vienen a la memoria, fueron jugadores de selección.

Yo fui acompañante de Lucas Leonard cuando estaba en la Selección y aprendí un montón. Ellos entrenaban en la cancha de Gimnasia que era la única con piso de parquet. Yo me iba a la tribuna y anotaba todo, a veces también hablábamos. Así fue que terminé trabajando con él.

Creo que fundamentalmente tuve suerte, pero la suerte sola no sirve para nada. Basilio decía que ‘la suerte es patrimonio de los incapaces’, y en algún punto tiene razón. A la suerte hay que ayudarla, yo siempre caminé por un lugar, me he comportado de una forma particular con mucho trabajo. Yo estuve 30 años como DT de Gimnasia y me cobraron un solo Técnico y fue por un error. Yo había hecho una apreciación de algo y el árbitro no hablaba español, era un inglés, y no sé qué habrá entendido que me cobró Técnico.

Las risas inundan el lugar, la noche cae en Pergamino y la charla se va hacia el 1956 cuando Atilio comienza a desarrollar su actividad en otro ámbito, llega el salto a las escuelas: “No muchos saben que yo comencé en la Escuela Nacional de Arrecifes, estuve 2 años. Tuve suerte porque la Directora me consiguió el traslado a Pergamino… de tanto que me quería (risas); no nos llevábamos bien, un día me citó en un horario que yo tenía asignado para el Club, y pensé que era una reunión por algún tema importante, pero me había llamado para decirme una barbaridad, que le hiciera los números de las notas de los más chiquitos, me enojé mucho y le dije no me llame más porque no pienso volver y ahí arranqué en Pergamino”.

El Nacional, el Comercial y la Escuela Industrial todos al mismo tiempo para Atilio, que además no dejaba de ser eje central en el Club Gimnasia. Sus días eran agitados, comenzaban a las 8 de la mañana, y terminaban generalmente cuando el próximo día estaba comenzando.

- Si bien usted es un hombre de Gimnasia, ha tenido una influencia importante en otros clubes, ¿cómo revive esos momentos?-

Aprendí mucho en el club y pude desarrollar lo que había aprendido, después no estuve muy de acuerdo con los americanos que vinieron a jugar al básquet así que tomé una decisión difícil que fue retirarme, hice lo que creía que correspondía.

Luego le hice la temporada a Douglas de pileta, venían de 23 carnets el año anterior y pasamos a 700, fue una temporada espectacular, un éxito que permitió hasta que compraran el colectivo para los jugadores de fútbol.

Después me fui a Sirio donde estuve 6 años. Comencé con mi amigo Rausch, pero después me dejó. Y ya tras ello llegaron los 60 años y me jubilé, por ahí sin querer. Así que ahí comencé a hacer otras cosas, en 1998 fundamos un instituto local de Educación Física por el cual pasaron varias camadas; hicimos cursos para profesores ya recibidos, pero después con la apertura de la UNNOBA nos quitó respuesta de los alumnos, lo cual estaba muy bien, era lógico que eso sucediera.

Y en los últimos años hice algo muy lindo con básquet de Sport. Fueron 6 ó 7 años muy buenos donde trabajé por colaboración y debo darle muchísimas gracias por habérmelo permitido. Nos fue muy bien, éstos campeones actuales están realmente muy bien.

- Desde hace varios años vienen haciendo reconocimientos especiales a su trayectoria, aún cuando estaba en actividad, ¿cómo ha vivido eso?-

Cuando le pusieron el nombre al estadio fue un error de un jugador y amigo mío -dice Atilio mientras sonríe-. Cerraron el gimnasio para no dejarme ver qué habían escrito. Ese día se me cayeron los pantalones, Luis Caturla fue el autor de eso y adhirieron todos. La UNNOBA también me tuvo en cuenta junto a otros profesores muy bueno de la ciudad. Ahora hace poquito, el Concejo Deliberante también me hizo un reconocimiento, para mí resultó muy importante, que recuerden a uno de esa manera. Y en Gimnasia este año cuando cambiaron el piso también fue muy emocionante, entre los chicos. Ahora porque se vienen los 100 años del Club y creo que tengo mucho para aportar, hay cosas que sólo yo las puedo saber. Todos los chicos de la directiva han sido alumnos míos en algún momento. Por supuesto que tengo mucho material para mostrar y tengo que dar una mano.

Ya es de noche, Atilio sigue con ese gesto agradable clavado en el rostro, cuenta de un crucero maravilloso que hizo hace unos días; habla complicemente de la hermosa relación que tiene después de tantos años con María; relajado dice también que en las fiestas ahora hace poco y disfruta de las atenciones de una familia acogedora y muy presente; de pronto mira hacia la televisión, María sonríe porque está por comenzar una carrera de caballos cuadrera, él también sonríe y queda claro que está comenzando un ritual de tardes sin prisas.

-¿La pasó bien en el cumple Atilio?-

Sí, no fue nada masivo, fue de a partes por otros compromisos… así que ahora voy por los 90, ya me puse ese objetivo.

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