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Nos dejó “Nacho”, ese amigo que todos soñamos alguna vez tener

Conmoción y dolor por el fallecimiento de Ignacio Agustín Guerrini, una persona con una humanidad imposible de sustituir, el capitán que todos querían, el profesor que querían los alumnos y el compañero que querían los profesores

Uno desea a cada rato que sea una pesadilla. Parece increíble. Y extremadamente difícil de aceptar. Ayer se fue Ignacio “Nacho” Guerrini y en medio del profundo dolor y una honda tristeza pensé varias veces sí era correcto solicitar permiso a la dirección de PRIMERA PLANA para utilizar éste espacio buscando, de algún modo, rendir homenaje a una de esas personas que nacen muy de vez en cuando. Un tipo hecho de la madera que éste mundo pide a gritos para cambiar algo.

Nos dejó “Nacho”, un amigo con el que compartí gran parte del último domingo en una cancha de fútbol, en Manuel Ocampo. Una cancha de fútbol, ese mismo lugar donde tuve la bendición de conocerlo, en 2013. Llegué para colaborar con Leandro N. Alem, que había decidido contratar como entrenador de fútbol a mi padre. Y no tardé mucho tiempo en encontrar una de las más sanas y agradables coincidencias de la vida con “Nacho”: apasionados por el fútbol a partir de nuestros viejos.  

El domingo me dijo que tenía fecha para operarse de su lesión en la rodilla para el sábado -el día anterior-, pero que prefirió ayudar en la “tallarinada” de la Escuela Especial “Los Buenos Hijos”, donde ejercía como docente, que se desarrolló el viernes y pidió postergar la intervención quirúrgica algunos días. Precisamente el turno de esa operación era para mañana.     

¿Cómo hablar de “Nacho” si su pérdida nos dejó sin palabras? Una persona con una humanidad imposible de reemplazar. Amigo de sus amigos -y todos los amigos de sus amigos, también eran sus amigos-.

Era un líder natural, con la empatía como una de las características estructurales de su especial personalidad. No esperaba que las cosas pasen, ni que las oportunidades lleguen a tocarle la puerta. Salía a buscarlas, a lucharlas y lograrlas. Se distinguía por su actitud proactiva.

Una persona segura de sí misma, de sus capacidades, cualidades y conocimientos y con la sabiduría de saber cómo transmitir su propio poder a los demás. Caminaba erguido y marcando el paso, te estrechaba con fuerza la mano en cada saludo y expresaba sus ideas con claridad y convicción.

La confianza, la motivación y el contagio del esfuerzo por sacar lo mejor de uno, era una de sus más vitales cualidades, tal como lo refleja el video que Gonzalo Ferreyra registró el domingo, en el vestuario de la cancha de Juventud Obrera, antes de ingresar al campo de juego.  

El conformismo era una palabra desconocida para “Nacho”. Porque como un verdadero líder perseguía todo el tiempo nuevos retos y proyectos. No propiciaba estancarse en la zona de confort sino que apostaba siempre al paso adelante.

Era un compañero de propósito, que con sus ideas, su fuerza y trabajo, inspiraba, alentaba y acompañaba.

A partir de una publicación que realice en éstas horas dramáticas en las redes sociales, me escribió un padre de un alumno suyo del Colegio Santa Clara de Asís para hacerme saber que su hijo pedía ir a la escuela sólo porque lo vería a “Nacho”.

Era el profesor que querían los alumnos y el compañero que querían los profesores. Una persona querida y respetada por su trabajo, pero principalmente por su enorme calidad humana. Un hijo ejemplar y compinche, un hermano recto y protector, un capitán modelo.  

Admiré su riqueza espiritual, su temperamento, su cabeza ganadora, su solidaridad y su entrega. Lo que era adentro de una cancha de fútbol, también lo era afuera.

Eduardo Sacheri escribió que “hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol”.

Entonces anoche hablé con mi papá, Daniel, quien fue entrenador de “Nacho” durante un par de años en Leandro N. Alem. Porque era la persona a quien podía preguntarle con confianza y sin autorización sí podía definirlo como futbolista y como ser humano. “Un jugador fuerte, leal, con mucho despliegue y sacrificio, que nunca bajaba los brazos; solidario y de mucha entrega. Siempre, en la adversidad, apoyaba a todos los compañeros y les contagiaba fuerza”, me dijo. Y “un excelente ser humano, con un gran corazón. Muy humilde y siempre predispuesto a ayudar a todo el mundo. Le sobraba nobleza. Una persona de bien y de gran familia”, completó.

En medio de este desgarrón inesperado, puedo afirmar que “Nacho” dejó su huella no sólo como jugador de fútbol y docente sino también desde el corazón. Por eso, me atrevo a pedirles a los amigos dirigentes de Leandro N. Alem, club del cual se enamoró, que consideren homenajear a “Nacho” colocando su nombre al vestuario local, un lugar donde él se sentía dueño.   

Dios fortalezca los corazones de sus maravillosos padres Fabián y Viviana y de sus hermanos y traiga Paz. Y la renueve cada día.

Me quedó con su recuerdo imborrable, su espíritu noble y la inmensidad de un corazón íntegro, ese que tenemos que guardar porque de él maná la vida.

*El autor es periodista, integrante del staff de PRIMERA PLANA y de RADIO MAS (FM 106.7)

 

 

 

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